jueves, 2 de julio de 2015

Qué Enigmas Se Esconden Tras La Figura De Este Personaje Bíblico Llamado Abraham

Abraham es, para la religión judía, cristiana e islámica, el primero de los patriarcas postdiluvianos del pueblo de Israel y del pueblo árabe. Su nombre significa ‘padre de muchos pueblos‘ y, según el relato del Génesis, Dios se lo otorgó a un hombre llamado Abram, o Abrán, en el momento de establecer un convenio con él, que incluía su deseo de convertirlo en el origen de un pueblo del que sería su Dios y al que le daría
la tierra de Canaán como posesión perpetua. Pero si analizamos todo lo que se explica sobre este famoso personaje bíblico, como hacemos en este artículo, comprobaremos que representa un verdadero enigma. Abraham es considerado el padre y fundador del judaísmo. Jacob, hijo de Isaac y nieto de Abraham, tuvo doce hijos que fundaron las doce tribus de Israel. El pueblo judío se considera descendiente de Judá y Benjamín, ambos bisnietos de Abraham. De la línea de Judá descendieron los reyes David y Salomón. Judíos, cristianos y musulmanes consideran a Abraham el padre de los creyentes. La historia de Abraham es relatada en el libro del Génesis. ElEvangelio de San Mateo se inicia con la genealogía de Jesús, «hijo de David, hijo de Abraham». Se enumeran sus antepasados hasta Jacob, que fue el padre de José. Según el texto bíblico, la familia de Abraham se encontraba en “Ur Kaśdim”, frecuentemente referida como “Ur de los caldeos“. Téraj era de la décima generación descendiente de Noé, a través de Sem, y sus hijos fueron Abraham, Nacor y Harán. Este último, cuyo hijo fue Lot, murió en su ciudad natal (Ur). Luego Abraham se casó con Sara, su media hermana, quien era estéril. Téraj, el padre de Abraham, con sus hijos y familias, marcharon entonces desde Ur a Canaán, asentándose en Jarán, Mesopotamia, donde Téraj murió a la asombrosa edad de 205 años. Tras la muerte de Téraj, según relata el Génesis, capítulo 12, cuando Abraham tenía 75 años, Dios le ordenó salir de su tierra e ir «al país que Yo te indicaré», donde convertiría a Abraham y sus descendientes en un gran pueblo. De manera que Abraham emigró desde Jarán, con Sarai y Lot, sus seguidores, sus rebaños, y viajaron hasta Canaán, donde, en el encinar de Siquem, el Señor le dio tierra a él y a su descendencia. Allí Abraham construyó un altar dedicado al Señor y siguió viajando hacia el sur por el desierto de Neguev.


Coincide con esta época la migración de numerosos pueblos tribales desde el sur del Cáucaso hacia el levante mediterráneo y el este europeo. Según restos arqueológicos, era habitual en esa época el modo de vida nómada, basado en la ganadería trashumante, tal como se describe la de Abraham. También son de la misma época algunas tradiciones descritas en el libro del Génesis, capítulo 15, donde se hace referencia asimismo a algunas leyes del código de Hammurabi, sexto rey de Babilonia durante el Primer imperio Babilónico, desde el año 1792 al año 1750 a. C. según la cronología media. En esa época, la Biblia relata que se desató una gran hambruna sobre la faz de la tierra. El Código de Hammurabi, creado en el año 1750 a. C. por el rey de Babilonia Hammurabi, es uno de los conjuntos de leyes más antiguos que se han encontrado y uno de los ejemplares mejor conservados de este tipo de documentos creados en la antigua Mesopotamia y, en breves términos, se basa en la aplicación de la ley del Talión. El código de leyes unifica los diferentes códigos existentes en las ciudades del imperio babilónico. Entre otras recopilaciones de leyes se encuentran el Códice de Ur-Nammu, rey de Ur (2050 a. C.), el Códice de Ešnunna (1930 a. C.) y el Códice de Lipit-Ishtar de Isín(1870 a. C.). A menudo se lo señala como el primer ejemplo del concepto jurídico de que algunas leyes son tan fundamentales que ni un rey tiene la capacidad de cambiarlas. Las leyes, escritas en piedra, eran inmutables. Este concepto pervive en la mayoría de los sistemas jurídicos modernos. Estas leyes, al igual que sucede con casi todos los códigos en la Antigüedad, son consideradas de origen divino, como representa la imagen tallada en lo alto de una estela, donde el dios Shamash, el dios de la Justicia, entrega las leyes al rey Hammurabi. De hecho, anteriormente la administración de justicia recaía en los sacerdotes, que a partir de Hammurabi pierden este poder. Por otra parte, conseguía unificar criterios, evitando la excesiva subjetividad de cada juez. Escrito en acadio, su prólogo y el epílogo están redactados en un lenguaje más cuidado y con la finalidad de glorificar al dios babilonio Marduk y, a través de él, a su rey. El rey ordenó que se pusieran copias de este Código en las plazas de cada ciudad para que todo el pueblo conociera la ley y sus castigos, para lo cual el cuerpo de la ley se expresa en lenguaje claro, del pueblo. Comienza con la partícula “si” condicional, describe la conducta delictiva y luego indica el castigo correspondiente. Una de sus leyes establece la Ley del Talión (“ojo por ojo, diente por diente“). Redactado en primera persona, relata cómo los dioses eligen a Hammurabi para que ilumine al país para asegurar el bienestar de la gente. Proclama a Marduk como dios supremo, alejando al panteón sumerio.

Según la Biblia, Abraham baja desde Neguev a Egipto. Y es aquí donde aparentemente Abraham se da cuenta de que su esposa Sara es hermosa ante los ojos de los hombres. Una vez allí los príncipes de Egipto codician a Sara. Abraham le dice a Sara que diga que es su hermana pues de lo contrario podría ser asesinado. El faraón toma a Sara y trata a Abraham muy bien por causa de ella. Se le dieron ovejas, ganados, asnos, asnas, siervos, siervas y camellos. Pero el faraón es maldecido por Dios. Entonces el faraón le reclama a Abraham por ocultarle que Sara era su esposa y ordena a sus soldados que lo devuelvan a la frontera con su mujer y todo lo suyo. Por ello Abraham, Sara y su séquito salen de Egipto. Abimelec, uno de los Jueces de los israelitas, también se siente atraído por la esposa de Abraham, Sara, e intenta casarse con ella. Como en la ocasión anterior, quienes la pretenden son maldecidos por el Señor y el gobernante termina dando a Abraham gran riqueza a cambio de que se retire. Este relato es de tradición yavista (siglo IX a. C.) y tiene cierto paralelismo con la historia de Isaac y Rebeca, que se narra en Génesis. El esquema teológico es el mismo: la astucia del personaje bíblico y la providencia de Yavé, siempre fiel a su promesa, traen la prosperidad en medio de las dificultades. En el Génesis, Melquisedec es rey de Salem y Sumo Sacerdote. En elLibro a los Hebreos, posiblemente escrito por el apóstol Pablo, se aclara y profundiza que el nuevo sacerdocio de los creyentes en Cristo dejará de ser el judío (aarónico) y será al estilo simbólico de Melquisedec. Melquisedec, rey de Salem, sacerdote de Dios Altísimo, salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo, por lo que Abraham le dio los diezmos de todo. Melquisedec significa primeramente Rey de Justicia, y también Rey de Salem, esto es, Rey de Paz; sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre. Es de considerar, pues, cuán grande era éste, Melquisedec, a quien aún Abraham el patriarca dio diezmos. En el relato del libro de Génesis, Lot no aparece en el encuentro con Melquisedec. Por todo ello, Abraham refuerza su relación con Dios quien le bendice sobremanera. Melquisedec es visto por algunas versiones del cristianismo, debido al pan y al vino que dio a Abraham, como una especie de sacerdote profeta que ejecutó por primera vez el mandato del Mesías que llegaría muchos siglos después. Bajo esta tradición, Melquisedec fue el primer sacerdote cristiano.

Tras el período pasado en Egipto, Abraham, Sarai y su sobrino Lot, regresaron a Hai, en Canaán. Allí vivieron durante algún tiempo, incrementándose sus rebaños, hasta que surgió la discordia entre los pastores de Abraham y los de Lot. Abraham entonces propuso a Lot que se separaran, permitiendo a Lot que eligiera en primer lugar. Lot escogió la fértil tierra al este del río Jordán, cerca de Sodoma y Gomorra, mientras que Abraham vivió en Canaán, trasladándose al encinar de Mambré, cerca de Hebrón, donde construyó un altar al Señor. Después de esto, una fuerza invasora desde la Mesopotamia septentrional, dirigida por Codorlaomor, rey de Elam, atacó y sometió a las ciudades de la llanura, forzándolas a pagar tributo. Después de doce años, estas ciudades se rebelaron. Al año siguiente, Codorlaomor y sus aliados regresaron, derrotando a las rebeldes y tomando muchos cautivos, entre ellos Lot. Abraham reunió a sus hombres y persiguió a los invasores, derrotándolos cerca de Damasco. A su regreso se encontró con el rey de Salem, Melquisedec, quien lo bendijo. El rey de Sodoma le ofreció a Abraham el diezmo de los bienes recuperados como recompensa, pero Abraham lo rechazó, de manera que el rey de Sodoma no pudiera decir «Yo he enriquecido a Abraham». Durante esta época, Sarai, al ser estéril, ofreció a su esclava, Agar a Abraham. Agar concibió pronto. Sarai, celosa, trató a Agar duramente, forzándola a huir. Cuando estaba en el desierto, el Señor se apareció a Agar y le dijo: “Vuelve a tu señora y humíllate bajo su mano“, pero prometiéndole que su hijo también será el padre de una «muchedumbre». Su hijo se llamó Ismael, considerado el padre de los ismaelitas, beduinos nómadas. Cuando Abraham tenía noventa y nueve años de edad, el Señor se le apareció de nuevo y confirmó su pacto con él: Sarai dio a luz a un hijo que sería llamado Isaac y la casa de Abraham deberá, a partir de entonces, circuncidarse. Entonces el Señor le dice que no se llamará Abram sino Abraham y, dirigiéndose a Saraii, le dice que ya no se llamará así más, sino que su nombre será Sara. Finalmente, y en cuanto a Ismael, dice que engendrará doce príncipes, que se convertirán en una gran nación.


En el capítulo 18 del Génesis se narra que Yavé se apareció a Abraham junto al encinar de Mambré, acompañado por dos ángeles, los tres en forma humana. Acogió a estos huéspedes en su casa y en la comida uno de ellos le dijo que Sara tendría un hijo en un año. Se marcharon de ahí en dirección a Sodoma, en compañía de Abraham. Éste intercedió ante Yavé pidiendo que no destruyese a toda la ciudad por un puñado de pecadores. Así pidió que no la destruyese si encontraba primero cincuenta, luego cuarenta y cinco, después cuarenta, treinta, veinte y así hasta diez hombres justos dentro de la ciudad. En cada una de las ocasiones, Yavé le respondió que si los encontraba perdonaría a todo el lugar en consideración a ellos. Los dos ángeles fueron a Sodoma, donde los recibió Lot en su casa. Pronto se reunió una multitud alrededor de la casa de Lot, exigiéndole que les entregase a los dos hombres, de manera que pudieran abusar de ellos. Lot les ofreció a sus hijas, pero los hombres de la ciudad le siguieron presionando hasta que los ángeles los hirieron de ceguera. Por la mañana, le dijeron a Lot que huyese y que no mirase hacia atrás mientras las ciudades eran destruidas. Sin embargo, su esposa desobedeció y queda convertida en una estatua de sal. Después de estos acontecimientos, Abraham, que habitaba como forastero en Guerar, hizo un pacto con el rey Abimelec. Es entonces cuando nace Isaac, de su esposa Sara, estéril hasta avanzada edad, siendo considerado el único heredero. Isaak fue padre de Esaú y Jacob. Un rasgo recurrente de la historia de Abraham son los convenios entre él y Dios, que se reiteran y reafirman varias veces. Cuando a Abraham se le dice que abandone la ciudad de Ur Casdim, el Señor le promete «Yo haré de ti un gran pueblo». Después de separarse de Lot, Dios se aparece y promete darle, a él y su descendencia, «Toda la tierra que tú ves», y que multiplicaría su descendencia «como el polvo de la tierra». Después de la batalla en el valle de Sidim, el Señor se apareció y confirmó la promesa. Más tarde, profetizó que «tus descendientes morarán como extranjeros en una tierra extraña, en la que serán esclavos y se verán oprimidos durante cuatrocientos años». Abraham hizo un sacrificio y aceptó el convenio, por lo que Yavé declaró: «A tu descendencia doy esta tierra, desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el Éufrates; al quineo, al quineceo, al cadmoneo, al jeveo, al fereceo, a los refaim, al amorreo, al cananeo, al guerguesco y al jebuseo».

Este convenio se refiere a la descendencia de Abraham a través de su hijo Isaac. El pacto no pasaría, sin embargo, a todos los descendientes de Isaac, sino que de Isaac el convenio se transmitió sucesivamente a Jacob, José y Efraím. Mientras se profetizaba que el Mesías provendría de Judá, hijo de Jacob, en el pueblo judío, muchas naciones permanecieron con Efraím, hijo de José. Cuando Abraham tenía noventa y nueve años de edad, el Señor se le apareció de nuevo para confirmar el convenio y le dijo que cambase su nombre de Abram por el de Abraham. Ordena a Abraham, además, que circuncide a todos los varones de su casa como señal del convenio. Abraham también es conocido por el relato del sacrificio de su hijo Isaac a Dios. Algún tiempo después del nacimiento de Isaac, el Señor ordenó a Abraham que le ofreciera a su hijo en sacrificio en la región de Moriah. Según la exégesis, este relato parece justificar o enfatizar el abandono de la práctica cananea de sacrificar al primogénito. Se tiene la creencia de que Isaac era un niño cuando Dios pidió a Abraham que sacrificara a su primogénito. Esto es así, ya que la palabra usada en la Biblia para muchacho es náar, que se refiere a un muchacho en la edad de la infancia o adolescencia. El patriarca viajó durante tres días hasta que encontró el túmulo que Dios le mostró. Ordenó al siervo que esperara mientras que él e Isaac subían solos a la montaña, Isaac llevando la leña en la que sería sacrificado. A lo largo del camino, Isaac pregunta una y otra vez a Abraham dónde estaba el animal para el holocausto. Abraham respondía que el Señor proporcionaría uno. Justo cuando Abraham iba a sacrificar a su hijo, se lo impidió un ángel diciendo:”No extiendas tu mano contra el niño, ni le hagas nada; pues ahora conozco que eres temeroso de Dios” y en ese lugar le dio un carnero que sacrificó en lugar de su hijo. Así se dice, «El monte de Yavé provee». Como recompensa por su obediencia recibió la promesa de una numerosa descendencia y prosperidad. Sara murió a los ciento veintisiete años de edad y fue enterrada en la caverna de los Patriarcas, cerca de Hebrón, que Abraham había comprado a Efrón el jeteo, junto con el campo adyacente. Abraham, recordando por este hecho, probablemente, su propia ancianidad, y la consecuente incertidumbre de su vida, procuró asegurar una alianza entre Isaac y una rama femenina de su propia familia.

Su siervo, tradicionalmente identificado con Eliezer, fue enviado entonces a Mesopotamia, para encontrar entre los parientes de Abraham a una mujer para su hijo Isaac. Eliezer marchó a realizar el encargo con prudencia, y regresó con Rebeca, hija de Batuel, nieta de Najor, y, en consecuencia, sobrina-nieta de Abraham y sobrina segunda de Isaac. Muchos comentaristas bíblicos creen que Rebeca era aún una niña cuando se casó con Isaac, mientras que Isaac tenía cuarenta años. Abraham vivió bastante tiempo después de estos acontecimientos. Tras la muerte de Sara, tomó otra esposa llamada Cetura y tuvo con ella seis hijos, Zimram, Jocsán, Medán, Madián, Isbac y Súa. Abraham murió a la avanzada edad de ciento setenta y cinco años. Fue enterrado en Hebrón junto con su mujer y el resto de su familia, Sara, Isaac, Jacob, Rebeca y Lea, en lo que se conoce como Tumba de los Patriarcas (Macpela). Los restos del patriarca fueron depositados junto a aquellos de su amada Sara. Pero, ¿realmente existió Abraham? En las Crónicas de Jerahmeel, que se basan en fuentes todavía más antiguas, se afirma que Abraham era un gran astrólogo y mago. Se dice que recibió sus conocimientos directamente de los ángeles o, tal vez, extraterrestres. Para los cristianos y judíos, Abraham fue el progenitor de la humanidad. Pero, en realidad, los investigadores no han determinado siquiera su existencia, ni qué significa su nombre. Franz M. Bóhl, profesor de la Universidad de Leiden, afirma: “El nombre Abram, que sólo aparece en el Génesis 11, 26 y 17, significa «el padre sublime» o «el padre es sublime». Podemos tomar la propia palabra «patriarca» como traducción de este nombre (…). Abraham no es, probablemente, más que una variante dialectal, una ampliación del nombre más común Abram». Este comentario se escribió en 1930. Pero los investigadores posteriores llegaron a una conclusión semejante. Cinco años después del profesor Bóhl, laRevista de Literatura Bíblica comentaba sucintamente: «Abraham no fue originalmente un nombre de persona, sino el nombre de una divinidad». Los estudios sobre Abraham, que se han efectuado desde entonces, no arrojan nueva luz sobre el tema. En una publicación de la Universidad de Yale podemos leer el siguiente pasaje digno de mención: «Seguramente no estaremos nunca en condiciones de demostrar que haya existido verdaderamente Abraham».


Las antiguas tradiciones nos dicen que la escritura se inventó 2.000 años antes de la creación del mundo, mediante un libro que tenía la forma de una piedra de zafiro. Un ángel llamado Raziel, el que se sentaba junto al río que brotaba del Edén, entregó este extraño libro a nuestro primer antepasado, Adán. Debía de ser algo especial, pues no sólo contenía todo lo que valía la pena saber, sino que predecía también todo lo que sucedería en el futuro. El ángel Raziel aseguró a Adán que encontraría en el libro todo «lo que te sucederá hasta el día que mueras». Pero no sólo Adán se había de beneficiar de este libro milagroso, sino también sus descendientes, entre ellos Abraham: “También tus hijos, que vendrán después de ti, hasta el último de la raza, sabrán por este libro lo que habrá de pasar cada mes y lo que habrá de pasar entre el día y la noche; a cada uno le será conocido (…) si habrá de padecer desventuras o hambre, si el trigo será abundante o escaso, si habrá lluvia o sequía“. Debemos buscar a los autores de tal obra entre las huestes celestiales, pues después de que el arcángel Raziel se lo entregase a Adán, e incluso le leyera textos del libro, sucedió algo maravilloso: “Y en la hora en que Adán recibió el libro surgió un fuego en la orilla del río, y el ángel ascendió al cielo entre las llamas. Entonces supo Adán que el mensajero era un ángel de Dios, y que el libro se lo había enviado el santo Rey. Y lo conservó con santidad y con pureza“. Se recuerdan, incluso, detalles concretos del contenido del curioso libro. En el libro estaban grabados los símbolos superiores de la sabiduría sagrada, y en él se contenían setenta y dos especies de conocimientos, divididas en 670 símbolos de los misterios superiores. También estaban escondidas dentro del libro 1.500 claves que no se confían ni a los santos del mundo superior. Adán leyó el libro con gran diligencia, pues sólo a él le otorgaba el poder de dar nombre a todos los objetos y a todos los animales. Pero cuando pecó, el libro «salió volando de entre sus manos». Adán lloró amargamente y se sumergió hasta el cuello en las aguas de un río. Cuando su cuerpo se quedó hinchado y reblandecido, el Señor tuvo misericordia de él. Mandó al arcángel Rafael que descendiese hasta Adán y que le devolviese la maravillosa piedra de zafiro. Adán legó el libro mágico a su hijo de diez años Set. Adán no sólo le habló de «la fuerza del libro», sino también de «en qué consistía su poder y su maravilla. También le habló de cómo había usado él el libro, y le dijo que lo había escondido en una fisura de las rocas». Por último, Set recibió instrucciones sobre el modo de usarlo y para «conversar con el libro».

Uno sólo podía acercarse al libro con veneración y con humildad. Por otra parte, no debía comer cebolla, ni ajo, ni otras especias antes de usarlo, y debía lavarse a fondo antes de hacerlo. Adán grabó bien en la mente de su hijo que éste no debía acercarse nunca al libro con ánimo frívolo. Set siguió las instrucciones de su padre, aprendió durante toda su vida de la piedra sagrada de zafiro y «construyó finalmente un cofre de oro; guardó en él el libro y escondió el cofre en una cueva en la ciudad de Enoc». Allí permaneció hasta que «al patriarca Enoc se le reveló en un sueño el lugar donde estaba escondido el libro de Adán». Enoc, que era el hombre más sabio de su época, fue a la cueva y esperó. «Lo hizo de tal modo que las gentes de ese lugar no advirtieran nada» y «en el momento mismo en que le quedó claro el significado del libro, se le encendió una luz». Enoc supo entonces todos los caminos de las estaciones, de los planetas, y supo también el nombre de cada ciclo y de cada órbita, y conoció a los ángeles que dirigen sus cursos. Todo esto puede leerse en los Relatos judíos de la Antigüedad. Pero, ¿qué fue del libro? Con la ayuda del arcángel Rafael llegó a manos de Noé. Rafael le explicó el modo de utilizarlo. El libro seguía estando «escrito sobre una piedra de zafiro», y Noé, que volvió a fundar la humanidad después del diluvio, aprendió a comprender, con su ayuda, los cursos de todos los planetas, así como «los cursos de Aldebarán, Orión y Sirio». También aprendió de él «los nombres de todas las diferentes esferas del cielo (…) y los nombres de todos los servidores celestiales». Es curioso el interés de Noé por los cursos de Aldebarán, de Orión y de Sirio, así como el conocimiento de los nombres de los «servidores celestiales». Noé depositó el libro en un cofre de oro, y fue lo primero que metió en el arca: “Y cuando Noé salió del arca, el libro estuvo con él todos los días de su vida. En la hora de su muerte se lo dio a Sem. Sem se lo dio a Abraham. Abraham se lo dio a Isaac; Isaac se lo dio a Jacob; Jacob se lo dio a Leví; Leví se lo dio a Kehat; Kehat se lo dio a Amrom; Amrom se lo dio a Moisés; Moisés se lo dio a Josué, Josué se lo dio a los ancianos; los ancianos se lo dieron a los profetas; los profetas se lo dieron a los sabios; pasó de generación en generación hasta que llegó al rey Salomón. También a él se le reveló el libro de los misterios y adquirió una sabiduría inmensa (…). Levantó grandes edificios, y gracias a la sabiduría del libro sagrado hizo prosperar todo lo que emprendía (…). Feliz aquel cuyos ojos han visto, cuyos oídos han oído, cuyo corazón ha comprendido la sabiduría de este libro“. Vemos, pues, que Abraham también llegó a tener este misterioso y maravilloso libro.

Resulta bastante sorprendente que, en aquel tiempo aparentemente poco tecnológico, una piedra de zafiro contuviese un libro. Se supone que en aquel tiempo el libro tenía que estar editado en un material como el pergamino o las tablillas. ¿De dónde salió la idea de una piedra de zafiro? Hasta hace menos de un siglo se supone que no se conocía la idea de tener el contenido de un libro en un soporte como el que podría ser el zafiro. En la era digital y de la informática, los diccionarios en microchip son perfectamente posibles. Los científicos están estudiando, asimismo, la posibilidad de almacenar información en cristales. Además, según el relato, Adán mantenía «conversaciones» con este libro de zafiro, como si fuese un tipo de libro interactivo. El «ángel Raziel» lleva a Adán el libro de zafiro, y Raziel es el mismo ángel que «se sentaba junto al río que brotaba del Edén». Como si esto fuera poco, al arcángel Rafael se le encarga que devuelva a Adán el libro después de la Caída. Se dice que los ángeles descendieron a la Tierra cuando nació Abraham, y que éste venció en una batalla al rey Nemrod de Babilonia. En el texto que los teólogos llaman El apocalipsis de Abraham, el autor describe a dos seres celestiales que bajan a la Tierra. Estos dos seres celestiales subieron a Abraham a las alturas, pues el Señor quería conversar con él. Abraham cuenta que no eran humanos y que le produjeron mucho miedo. Dice que tenían el cuerpo brillante «como un zafiro». Lo hicieron subir entre humo y fuego, «como con la fuerza de muchos vientos». Cuando llegó a las alturas, vio «una luz gloriosa e indescriptible» y unas figuras grandes que se gritaban entre sí unas palabras «que yo no entendí». Abraham añade: «Pero yo quería volver a caer a la Tierra. El lugar alto donde nos encontrábamos estaba tan pronto de pie como cabeza abajo». Es lógico suponer, por lo tanto, que estaba más alto que la Tierra. Y nadie podría haber sabido, en aquella época, que las naves espaciales gigantes, como las estaciones espaciales del futuro, siempre rotan sobre su propio eje. La gravedad artificial sólo puede conseguirse en el interior de la nave gracias a la fuerza centrífuga provocada por la rotación propia de ésta. Y elApocalipsis de Abraham nos dice: «El lugar alto donde nos encontrábamos estaba tan pronto de pie como cabeza abajo». Asimismo, Abraham insiste en que aquellos seres no eran humanos y en que sus ropas brillaban como el zafiro. ¿Por qué un Dios omnipotente había de llamar a Abraham a su presencia para hablar con él?¿Por qué necesitaba Dios una nave espacial que rotaba sobre su eje por encima de la Tierra? ¿Por qué debía enviar Dios a dos personajes para que recogiesen a Abraham?


“En los días de Amrafel, rey de Senaar, de Aryok, rey de El-lasar, de Codorlaomor, rey de Elam, y de Tidal, rey de Goyim, que estos hicieron guerra a Berá, rey de Sodoma, a Birshá, rey de Gomorra, a Sinab, rey de Admá, a Semeber, rey de Seboyim, y al rey de Belá, que es Soar“. Así comienza el relato bíblico, en el capítulo 14 del Génesis. Habla de una antigua guerra que enfrentó a una alianza de cuatro reinos del Este contra cinco reyes de Canaán. Este relato conecta la historia de Abraham, el primer patriarca hebreo, con un acontecimiento concreto no hebreo, ofreciendo así un soporte objetivo a la crónica bíblica del nacimiento de una nación. Muchos investigadores pensaron que habría sido maravilloso poder identificar a los distintos reyes, así como determinar la época exacta en la que vivió Abraham. Pero, aun cuando Elam nos resulta conocido y Senaar se haya identificado con Sumer, ¿quiénes eran los reyes citados, y qué reinos eran aquellos otros del Este? Cuestionando la autenticidad del relato bíblico, los críticos de la Biblia preguntaron: ¿Por qué no hemos encontrado mención alguna de los nombres de Codorlaomor, Amrafel, Aryok y Tidal en las inscripciones mesopotámicas? Y, si no existieron, si esa guerra no tuvo lugar, ¿cuán creíble es el resto del relato de Abraham? Durante muchas décadas, pareció que se impusieran los críticos del Antiguo Testamento. Pero, a punto de terminar el siglo XIX, el mundo académico se sorprendió con el descubrimiento de unas tablillas babilónicas que citaban a Codorlaomor, Aryok y Tidal en un relato no muy diferente del bíblico. El descubrimiento se hizo público en una conferencia que Theophilus Pinches, un asiriólogo británico, pronunciara en el Instituto Victoria de Londres, en 1897. Tras examinar varias tablillas pertenecientes a la Colección Spartoli del Museo Británico, se encontró con que describían una guerra de gran magnitud, en la cual un rey de Elam, llamadoKudur-laghamar, encabezó una alianza de reyes entre los que estaban Eri-aku y Tud-ghula, nombres que fácilmente se podrían haber transformado en hebreo como Codorlaomor, Aryok y Tidal. Con su conferencia, acompañada por una minuciosa transcripción de la escritura cuneiforme y de la traducción correspondiente, Pinches pudo proclamar con total seguridad que el relato bíblico recibía un apoyo independiente a través de fuentes mesopotámicas. Con justificada excitación, los asiriólogos de la época confirmaron la lectura de Pinches de los nombres cuneiformes. Las tablillas hablaban, de hecho, de «Kudur-Laghamar, rey del país de Elam», extrañamente similar al bíblico «Codorlaomor, rey de Elam». Todos los expertos coincidieron en que era un nombre real elamita perfecto, siendo el prefijoKudur («Servidor») un componente de los nombres de varios reyes elamitas, y siendoLaghamar el nombre elamita para cierta deidad. También coincidieron en que el segundo nombre, que se deletreaba Eri-e-a-ku en la inscripción cuneiforme babilónica, se correspondía con el original sumerio ERI.AKU, que significaba «Servidor del dios Aku», siendo Aku una variante del dios Nannar/Sin.

Se sabe, por numerosas inscripciones, que los reyes elamitas de Larsa llevaban el nombre de «Servidor de Sin», por lo que no habría demasiadas dificultades en aceptar que la bíblica El-lasar, la ciudad real de Aryok, era en realidad Larsa. También hubo acuerdo unánime entre los expertos al aceptar que el Tud-ghula del texto babilónico era el equivalente del bíblico «Tidal, rey de Goyim»; y coincidieron en que el Goyim, del Libro del Génesis, se refería a las «hordas-nación» que en las tablillas cuneiformes se citaban como aliados de Codorlaomor. Ahí estaba la prueba perdida; no sólo de la veracidad de la Biblia y de la existencia de Abraham, sino también de un acontecimiento internacional en el cual se vio involucrado el patriarca. Pero un descubrimiento contemporáneo, que debería de haber apoyado al anunciado por Pinches, terminó por desacreditarlo. Un segundo descubrimiento fue anunciado por Vincent Scheil, que dijo que, entre las tablillas del Museo Imperial Otomano de Constantinopla, había encontrado una carta del famoso rey babilonio Hammurabi, en la que se hacía mención al mismísimo Kudur-laghamar. Debido a que la carta estaba dirigida a un rey de Larsa, Scheil llegó a la conclusión de que los tres eran contemporáneos, agrupando así a tres de los cuatro reyes bíblicos del Este, siendo Hammurabi nada menos que «Amrafel, rey de Senaar». Por un tiempo dio la impresión de que todas las piezas del rompecabezas habían encajado. Parecía plausible la conclusión de que Abraham había sido contemporáneo de este rey, porque entonces se creía que Hammurabi había reinado entre el 2067 y el 2025 a.C., situando a Abraham, la guerra de los reyes y la consiguiente destrucción de Sodoma y Gomorra a fines del tercer milenio a.C. Sin embargo, las investigaciones posteriores convencieron a la mayoría de los expertos de que Hammurabi había reinado mucho más tarde (entre 1792 y 1750 a.C, segúnThe Cambridge Ancient History), con lo que la simultaneidad que explicaba Scheil se venía abajo, y todo lo relativo a las inscripciones descubiertas, incluso las aportadas por Pinches, se ponía en duda. Hasta se ignoraron las alegaciones de Pinches de que, a despecho de con quién se hubiera identificado a los tres reyes citados y aún en el caso de que Codorlaomor, Aryok y Tidal de los textos cuneiformes no fueran contemporáneos de Hammurabi, el relato del texto con sus tres nombres seguía siendo «una notable coincidencia histórica, y merecía reconocerse como tal». En 1917, Alfred Jeremías (Die sogenanten Codorlaomor-Texte) intentó reavivar el interés por el tema, pero la comunidad de expertos prefirió tratar las tablillas de laColección Spartoli del Museo Británico con indiferencia.

Las tablillas de la Colección Spartoli siguieron ignoradas en los sótanos del Museo Británico durante medio siglo más, hasta que Michael Czernichow Astour, orientalista ucraniano, volvió sobre el tema en un estudio, Political and Cosmic Symbolism in Génesis 14,en la Universidad de Brandéis, en Estados Unidos. Aceptando que los redactores bíblicos y babilonios de los respectivos textos los habían extraído de una fuente más antigua, como podría ser una fuente común mesopotámica, Astour identificó a los cuatro Reyes del Este con algunos reyes conocidos en Babilonia, Asiria, Hitita y de Elam. Como ninguno era contemporáneo del resto ni de Abraham, sugirió que no se trataba de un texto histórico, sino de una obra de filosofía religiosa, en donde el autor había utilizado cuatro incidentes históricos diferentes para ilustrar el destino de unos reyes malvados. Pero, en otras publicaciones especializadas, no se tardó mucho en señalar lo improbable de las suposiciones de Astour, y, con ello, el interés en los Textos de Codorlaomor decayó de nuevo. Sin embargo, el consenso de los expertos en que el relato bíblico y los textos babilónicos tenían una fuente común mucho más antigua, nos empuja a reconsiderar las alegaciones de Pinches y su argumento central: No podemos ignorar unos textos cuneiformes que afirman el trasfondo bíblico de una importante guerra y citan a tres de los reyes bíblicos. No tendría sentido descartar las evidencias para la comprensión de unos años fatídicos simplemente por el hecho de que Amrafel no fuera Hammurabi. La carta de Hammurabi, que encontró Scheil, no debería de haber dejado a un lado el descubrimiento de Pinches, ya que Scheil malinterpretó la carta. Según su interpretación, Hammurabi prometió una recompensa a Sin-Idinna, rey de Larsa, por su «heroísmo en el día de Codorlaomor». Esto suponía que ambos se habían aliado en una guerra contra Codorlaomor y, por lo tanto, eran contemporáneos de aquel rey de Elam. Esto fue lo que terminaría desacreditando el descubrimiento de Scheil, pues contradecía tanto la afirmación bíblica de que los tres reyes eran aliados, como los hechos históricos conocidos. Hammurabi no trató a Larsa como aliada, sino como adversaria, alardeando de que él «derribó a Larsa en batalla», y atacó su recinto sagrado «con la poderosa arma que los dioses le habían dado». Un examen más detallado de la carta de Hammurabi nos revela que, en su entusiasmo por demostrar la identificación Hammurabi-Amrafel, Scheil cambió el significado de la carta: Hammurabi no estaba ofreciendo como recompensa el retorno de determinadas diosas al recinto sagrado de Larsa (el Emutbal), sino que estaba exigiendo su retorno a BabiloniadesdeLarsa: “A Sin-Idinna habla así Hammurabi respecto a las diosas que en el Emutbal han estado tras las puertas desde los días de Kudur-Laghamar, con atuendo de harpillera. Cuando de ti les pidan volver, a mis hombres entrégaselas; los hombres tomarán las manos de las diosas; a su morada las llevarán“.


El incidente del rapto de las diosas ocurrió, por tanto, en tiempos más antiguos. Se las tuvo cautivas en el Emutbal «desde los días de Codorlaomor». Y Hammurabi estaba exigiendo ahora su regreso a Babilonia, de donde se las había llevado cautivas Codorlaomor. Esto sólo puede significar que los tiempos de Codorlaomor acaecieron antes que los de Hammurabi. En apoyo de esta lectura de la carta de Hammurabi encontrada por el padre Scheil, en el Museo de Constantinopla, encontramos que Hammurabi repetía la exigencia del retorno de las diosas a Babilonia en otro duro mensaje a Sin-Idinna, enviado a través de altos mandos militares. Esta segunda carta está en el Museo Británico y su texto lo publicó L. W. King en The Letters and Inscriptions of Hammurabi: “A Sin-Idinna dijo así Hammurabi: Te envío a Zikir-ilishu, el Oficial de Transporte, y a Hammurabi-bani, el Oficial de la Línea de Frente, para que traigan a las diosas que están en el Emutbal”. Y, luego, la carta especifica claramente que las diosas tenían que ser devueltas desde Larsa a Babilonia: “Tienes que hacer que las diosas viajen en un barco procesional, como en un santuario, para que puedan venir a Babilonia. Las mujeres del templo las acompañarán. Para que coman las diosas, cargarás el barco con crema pura y cereales; ovejas y provisiones pondrás a bordo para el sustento de las mujeres del templo, [suficiente] para todo el viaje hasta Babilonia. Y designarás a unos hombres para que remolquen el barco, y soldados selectos para que traigan a las diosas a salvo a Babilonia. No te demores; que lleguen rápidamente a Babilonia”. Queda claro en estas cartas que Hammurabi era enemigo y no aliado de Larsa. Buscaba la restitución de acontecimientos sucedidos mucho antes de su tiempo, en los días de Kudur-Laghamar (Codorlaomor), el regente elamita de Larsa. Los textos de las cartas de Hammurabi confirman así la existencia de Codorlaomor y del gobierno elamita de Larsa («EHasar»), y, por tanto, de elementos clave del relato bíblico. Pero, ¿a qué período corresponden estos hechos? Según lo establecido por los datos históricos, fue Shulgi de Ur, segundo rey de la tercera dinastía de Ur (2111 – 2003 a. C.) y sucesor de Ur-Nammu, fundador de la dinastía, el que, en el vigésimo octavo año de su reinado (2068 a.C.) dio a su hija en matrimonio a un jefe elamita, concediéndole como dote la ciudad de Larsa. A cambio, los elamitas pusieron a su disposición una «legión extranjera» de tropas propias. Shulgi utilizó estas tropas para someter las provincias occidentales, incluida Canaán. Así pues, es en los últimos años del reinado de Shulgi, y cuando Ur era todavía capital imperial, bajo el dominio de su sucesor inmediato, Amar-Sin, cuando nos encontramos con el lapso temporal histórico en el cual parecen encajar a la perfección tanto los relatos bíblicos como los mesopotámicos.

Todo parece indicar que es en esta época en la que hay que buscar al Abraham histórico. El relato de Abraham se entremezcla con el de la caída de Ur, y sus días fueron los últimos días de Sumer. Tras el descrédito de la hipotética relación entre Amrafel y Hammurabi, la verificación de la época de Abraham se convirtió en una discusión en la que algunos sugerían fechas tan tardías que hacían del primer patriarca un descendiente de los últimos reyes de Israel. Pero la información nos la proporciona la misma Biblia. Todo lo que tenemos que hacer es aceptar su veracidad. Los cálculos cronológicos son sorprendentemente simples. El punto de arranque es el 963 a.C., año en el cual se cree que Salomón asumió la realeza en Jerusalén. El Libro de los Reyes dice inequívocamente que Salomón comenzó la construcción del Templo de Yavé, en Jerusalén, en el cuarto año de su reinado, terminándolo en el undécimo año. EnReyes 6:1 se afirma también que «Sucedió cuatrocientos ochenta años después de la salida de los Hijos de Israel de las tierras de Egipto, en el cuarto año del reinado de Salomón sobre Israel que comenzó la construcción de la Casa de Yavé». Esta afirmación viene apoyada, segúnCrónicas 5:36, por la tradición sacerdotal que afirma que hubo doce generaciones sacerdotales, de cuarenta años cada una, desde el Éxodo hasta el tiempo en que Azarías «ejerció el sacerdocio en el templo que Salomón construyó en Jerusalén». Ambas fuentes coinciden en la duración de 480 años. Pero mientras en una se cuenta desde el comienzo de la construcción del templo (960 a.C.), la otra lo cuenta desde su terminación (953 a.C.), que es cuando pudieron comenzar los servicios sacerdotales. Esto nos permite situar el Éxodo israelita de Egipto entre 1440 y 1433 a.C.. Pero todo parece indicar que esta última fecha es la que ofrece una mejor sincronización con otros acontecimientos. Basándose en los conocimientos acumulados hasta comienzos del siglo XX, los egiptólogos y los eruditos bíblicos llegaron a la conclusión de que el Éxodo tuvo lugar a mediados del siglo XV a.C. Pero, más tarde, el peso de la opinión especializada cambió al siglo XIII a.C., debido a que parecía encajar mejor con la datación arqueológica de diversos lugares cananeos, en línea con los datos bíblicos de la conquista de Canaán por parte de los israelitas. Sin embargo, esta nueva datación no fue aceptada de manera unánime. La ciudad más importante que se conquistó fue Jericó, y uno de los más eminentes arqueólogos que la excavó, Kathleen Mary Kenyon, destacada arqueóloga inglesa, especializada en la cultura del Neolítico en la Creciente fértil y en las excavaciones de Jericó, llegó a la conclusión de que su destrucción tuvo lugar hacia el 1560 a.C., bastante antes que los acontecimientos bíblicos.

Por otra parte, el principal investigador de Jericó, John Garstang, arqueólogo británico, en su obra The Story of Jericho sostenía que las evidencias apuntaban a que su conquista tuvo lugar en algún momento entre 1400 y 1385 a.C. Si le sumamos a esto los cuarenta años de las andanzas israelitas por el desierto tras la salida de Egipto, nos encontramos con que se habrían encontrado pruebas que apoyarían la idea de un Éxodo fechado en algún punto entre 1440 y 1425 a.C., lapso temporal que coincide con una fecha como la de 1433 a.C. Durante más de un siglo los expertos han estado buscando, en las crónicas egipcias existentes, una pista egipcia sobre el Éxodo y su datación. Las únicas referencias aparentes se han encontrado en los escritos de Manetón, sacerdote e historiador egipcio de expresión griega. Según lo cita Flavio Josefo en Contra Apión, Manetón decía que «después de que las bocanadas del disgusto de Dios destrozaran Egipto», un faraón llamado Tutmosis II negoció con el llamado Pueblo Pastor, «el pueblo del este, para que evacuaran Egipto y fueran donde quisieran, sin ser molestados». Más tarde, este pueblo partiría y atravesaría el desierto, «y construyeron una ciudad en un país que llaman ahora Judea, y le dieron el nombre de Jerusalén». Tal vez Josefo ajustó los escritos de Manetón para que se adaptaran al relato bíblico. Pero todo parecería indicar que el Éxodo de los israelitas ocurrió durante el reinado de uno de los más famosos faraones, conocido como Tutmosis II. Manetón se refería «al rey que expulsó de Egipto al pueblo pastor» en una sección dedicada a los faraones de la XVIII Dinastía. Pero los egiptólogos aceptan ahora como un hecho histórico la expulsión de los Hyksos, los «Reyes Pastores» asiáticos, en 1567 a.C., a cargo del fundador de esta dinastía, el faraón Ahmosis, Amosis en griego. Esta nueva dinastía, que fundó el Imperio Nuevo en Egipto, bien pudo haber sido la nueva dinastía de faraones «que no conoció a José», y de la cual habla el Éxodo Bíblico. Teófilo, obispo de Antioquía del siglo II, también hace referencia en sus escritos a Manetón, y afirma que los hebreos fueron esclavizados por el rey Tethmosis, para el cual «construyeron fuertes ciudades, Peito, Ramsés y On, que es Heliópolis»; después, partieron de Egipto bajo el faraón «cuyo nombre era Amasis». De estas antiguas fuentes se desprende que los problemas de los israelitas comenzaron con un faraón llamado Tutmosis, y culminaron con su partida bajo un sucesor suyo llamado Amasis o Amosis. Después de que Amosis expulsara a los Hyksos, sus sucesores en el trono de Egipto, varios de los cuales llevaron el nombre de Tutmosis, como afirman los historiadores antiguos, emprendieron campañas militares en el Gran Canaán, utilizando el Camino del Mar como ruta de invasión. Se entiende por “Gran Canaán” la costa levantina, el sur y el sudeste de Anatolia, Palestina, el Líbano, Siria, Jordania y el norte de Irak.


Tutmosis I (1525-1512 a.C.), que era soldado de profesión, puso a Egipto en pie de guerra y lanzó expediciones militares en Asia, llegando a alcanzar el río Eufrates. Probablemente fue él el que temió la deslealtad de los israelitas «cuando se llame a la guerra, ellos se unirán a nuestros enemigos», y el que ordenó la matanza de los varones israelitas recién nacidos, según el Éxodo. Los cálculos indican que Moisés nació en el 1513 a.C., un año antes de la muerte de Tutmosis I. A principios del siglo XX, James William Jack, en su obra The Date of the Exodus, así como otros investigadores, se preguntaban si «la hija del faraón», que había sacado al bebé Moisés de las aguas del Nilo y lo había criado en el palacio real, no habría sidoHatshepsut, la hija mayor de Tutmosis I y de su esposa oficial, siendo así la única princesa real, aquélla a la que se concedía el título de «La Hija del Rey», un título idéntico al que se le da en la Biblia. Todo parece indicar que fue ella; y también que el hecho de que Moisés siguiera recibiendo el trato de un hijo adoptado se podría explicar porque, cuando ella se casó con el sucesor al trono, su hermanastro Tutmosis II, no pudo darle un hijo.

Tutmosis II murió tras un corto reinado. Su sucesor, Tutmosis III, fue el más grande de los reyes guerreros de Egipto, según la opinión de algunos expertos. De sus 17 campañas en tierras extranjeras para obtener tributos y cautivos para sus principales obras de construcción, la mayoría se llevaron a cabo en Canaán y Líbano, llegando por el norte hasta el río Eufrates. Algunos investigadores, como el egiptólogo Thomas-Eric Peet, en su obra Egypt and the Old Testament, opinan que fue este faraón, Tutmosis III, el que sudyugó a los israelitas, ya que en sus expediciones militares llegó a alcanzar por el norte las tierras de Naharin, el nombre egipcio de la región del alto Eufrates que la Biblia llama Aram-Naharim, donde seguían viviendo los parientes de los patriarcas hebreos. Ello bien pudo explicar el temor del faraón de que «cuando haya guerra, ellos [los israelitas] se unirán a nuestros enemigos». Y podría ser que fuese la sentencia de muerte ordenada por Tutmosis III, de la que escapase Moisés huyendo al desierto del Sinaí, tras enterarse de sus orígenes hebreos y ponerse abiertamente del lado de su pueblo. Pero, ¿cuándo llegaron los israelitas a Egipto? La tradición hebrea afirma que estuvieron allí 400 años, de acuerdo con lo dicho por el Señor a Abraham, según el Génesis. Lo mismo se dice enHechos, en el Nuevo Testamento. Sin embargo, el Libro del Éxodo dice que «la estancia de los Hijos de Israel que vivieron en Egipto fue de cuatrocientos treinta años». La referencia a «estancia» junto con «que vivieron en Egipto», quizás se hiciera para distinguir entre los josefitas, que habían vivido en Egipto, y las recién llegadas familias de los hermanos de José, que simplemente llegaron para residir. Si esto fuera así, la diferencia de treinta años se podría explicar por el hecho de que José tenía treinta años de edad cuando se le convirtió en Principal de Egipto. Esto dejaría intacta la cifra de 400 años de estancia de los israelitas, más que la de los josefitas, en Egipto, y situaría este acontecimiento en el 1833 a.C., 1.433 + 400 años. La siguiente pista se encuentra en el Génesis 47:7-9: «Y José llevó a Jacob, su padre, y lo presentó ante el faraón. Y el faraón le dijo a Jacob: ‘¿Qué edad tienes?’, y Jacob le dijo al faraón: ‘Los días de mis años son ciento treinta‘». Jacob, por tanto, habría nacido en el 1963 a.C. Ahora bien, Isaac tenía sesenta años de edad cuando nació Jacob. E Isaac le nació a su padre Abraham cuando éste tenía 100 años. Así pues, Abraham, que vivió hasta los 175 años, tenía 160 años cuando nació su nieto Jacob. Esto situaría el nacimiento de Abraham en el 2123 a.C. Los cien años que van desde el nacimiento de Abraham hasta el nacimiento de su hijo y sucesor, Isaac, fue, por tanto, el siglo que presenció el auge y la caída de la Tercera Dinastía de Ur.

Los relatos y la cronología bíblica sitúa a Abraham justo en medio de los trascendentales acontecimientos de aquellos tiempos. Y no como un mero observador, sino como un participante activo. La Biblia relata, de hecho, acontecimientos de la mayor importancia para la humanidad y su civilización, como ya hiciera con los relatos del Diluvio y de la Torre de Babel. En este caso nos relata una guerra de características sin precedentes y un gran desastre, acontecimientos en los que Abraham jugó un importante papel. A pesar de los numerosos estudios que se han hecho acerca de Abraham, lo cierto es que todo lo que sabemos de él es lo que nos encontramos en la Biblia. Perteneciente a una familia que remonta sus antepasados al linaje de Sem, Abraham, llamado al principioAbram, era hijo de Téraj, siendo sus hermanos Harán y Najor. Harán murió a temprana edad, cuando la familia vivía en «Ur de los Caldeos». Allí se casó Abram con Sarai, que después se llamaría Sara. Entonces, «Téraj tomó a su hijo Abram, a su nieto Lot, el hijo de Harán, y a su nuera Sarai, la mujer de su hijo Abram; y partieron y fueron desde Ur de los Caldeos hasta la tierra de Canaán; y fueron hasta Jarán, y moraron allí». Los arqueólogos han encontrado Jarán oHarran. Está situada al noroeste de Mesopotamia, en las estribaciones de los Montes del Tauro, y fue un importante cruce de caminos en la antigüedad. Del mismo modo que el país de Mari controlaba la entrada meridional desde Mesopotamia a las tierras de la costa mediterránea, Jarán controlaba la entrada de la ruta septentrional a las tierras de Asia occidental. En los tiempos de la Tercera Dinastía de Ur, Jarán marcaba la frontera entre los dominios de Nannar y los de Adad, en Asia Menor, y los arqueólogos han descubierto que era un reflejo de Ur, tanto en su diseño como en su culto al dios Nannar/Sin. En la Biblia no se da ninguna explicación a la partida de Abraham desde Ur, ni tampoco se dice el año, pero podemos deducirlo si relacionamos su partida con los acontecimientos de Mesopotamia en general y de Ur en particular. Se supone que Abraham tenía setenta y cinco años cuando, más tarde, fue de Jarán a Canaán. Por lo que se sugiere en la narración bíblica, la estancia en Jarán debió ser larga, y nos ofrece la imagen de un Abraham joven y recién casado cuando llega a Jarán. Si Abraham nació en 2123 a.C., tendría diez años cuando Ur-Nammu ascendió al trono de Ur y cuando a Nannar se le confió la administración de Nippur. Y tendría 27 años cuando Ur-Nammu perdió inexplicablemente el favor de los dioses anunnaki Anu y Enlil, muriendo en un distante campo de batalla. Aquel acontecimiento tuvo un traumático efecto sobre la población de Mesopotamia, afectando a su fe en la omnipotencia de Nannar y a la fidelidad de la palabra de Enlil. En la mitología mesopotámica, Sin, Zuen o Nannar es el dios masculino de la Luna. Sin era su nombre en acadio y los sumerios lo conocían como Nannar. Es representado como un anciano con cuernos y barba, aunque principalmente con el símbolo de un creciente lunar. Su padre era Enlil y su número mágico era el 30.


Para los Hititas, Nannar/Sin era conocido como El, que era la cabeza de su panteón, y cuyos otros miembros prominentes eran su esposa Asherah (Ningal) y sus hijos Baal (Utu/Shamash) y Anat (Inanna/Ishtar). La palabra El también existe en hebreo dónde significa “dios”, viniendo del Acadio “ilu”. Aparece en la Biblia y en algunos de los casos, esta palabra, en una Biblia supuestamente monoteísta, realmente pudiera referirse al dios anunnaki Nannar/Sin. La historia registra que un hijo del alto sacerdote de Sin/El, en su ciudad de Harran, bajó a la península árabe para comenzar allí un culto a su dios. Y se dice que probablemente fue entonces que el nombre de El podría haberse convertido en el Dios de los musulmanes. Zecharia Sitchin ha traducido miles de tablillas de arcilla que se encuentran en distintos museos del mundo y en ellas se encuentra escrita la historia según los Sumerios, que fue la primera civilización postdiluviana conocida por la historia. En esas traducciones se habla de la creación de los seres humanos, según la cual seres extraterrestres serían los responsables del inicio y la evolución de la especie humana. mediante intervención con ingeniería genética. Estas interpretaciones hacen que la comunidad científica choque frontalmente con lo que Sitchin y otros han investigado por su cuenta, lo cual no implica que sean menos validas y veraces, sea cual sea la conclusión científica al respecto. Zecharia Sitchin, nacido en 1922 y fallecido recientemente, es un investigador y ufólogo de origen ruso. Es un autor de libros populares que promueven la teoría del antiguo astronauta y del supuesto origen extraterrestre de la humanidad. Atribuye la creación de la cultura sumeria a los Anunnaki (o Nefilim), provenientes de un hipotético planeta del Sistema Solar, llamado Nibiru. Afirma que la mitología sumeria refleja este punto de vista. Es autor de las «Crónicas de la Tierra», una serie de 12 libros en los que expone el resultado de sus investigaciones. «El 12º planeta» fue el primero de ellos. Sus traducciones e interpretaciones han provocado muy diversas reacciones. Según su interpretación, existe en el Sistema Solar un planeta llamado Nibiru que se acerca cada 3600 años, provocando cambios positivos o catástrofes en nuestro Sistema Solar. Una vez traducida una parte de las tablillas sumerias, asegura que se referían a una raza alienígena, que había creado a los humanos para que trabajaran como esclavos en sus minas de oro en África y en otros muchos lugares de la tierra. A esta raza se le llama Anunnaki. Y, según la traducción de Sitchin, los “cabeza negra” de Sumeria fueron creados por esos seres mediante ingeniería genética, mezclando genes de homínidos terrestres y de anunnaki.

Zecharia Sitchin nos explica que Anu, rey de los anunnaki en el planeta Nibiru, vino a la Tierra en una visita provocada por una emergencia debida a la necesidad de obtener oro. Cuarenta años (del planeta Nibiru) después del primer aterrizaje, los anunnaki que trabajaban en las minas de oro se amotinaron y se negaron a seguir trabajando. Y tomaron a Enlil, uno de los hijos de Anu, como rehén cuando fue allí para resolver la crisis. Milenios más tarde estos acontecimientos quedaron registrados y se los contaron a los terrestres, para que supieran cuales habían sido los orígenes. Se convocó un Consejo de Dioses y Enlil insistió en que Anu viniera a la Tierra a presidirlo. En presencia de los líderes reunidos, Enlil detalló los acontecimientos y acusó a Enki, otro de los hijos de Anu, de haber dirigido la rebelión. Pero, cuando los amotinados relataron su historia, Anu sintió simpatía por ellos, ya que eran astronautas, no mineros; y su trabajo había terminado por hacerse insoportable. Pero, ¿cómo iban a sobrevivir en Nibiru si no extraían el oro? Enki planteó crear unos trabajadores terrestres, que se hicieran cargo de los trabajos más duros. Ante la sorprendida asamblea explicó que había estado llevando a cabo experimentos con la ayuda de Ninti/Ninharsag, la médico jefe. Y añadió que en el este de África existía un hombre-simio, con el que sorprendentemente existía compatibilidad genética. Según Enki, lo que hacía falta era efectuar mejoras genéticas a este ser, dándole algunos de los genes de los anunnaki. Entonces, se convertirá en una criatura a imagen y semejanza de los anunnaki (de los “dioses”), capaz de utilizar herramientas y lo suficientemente inteligente como para obedecer e interpretar órdenes. Y así fue como se creó el LULU AMELU, el «trabajador mezclado», por medio de la manipulación genética y la fertilización del óvulo de una mujer-simio en una probeta de laboratorio. Pero los híbridos no podían procrear y las mujeres anunnaki tenían que hacer de diosas del nacimiento en cada ocasión, por lo que Enki y Ninharsag fueron perfeccionando a los híbridos hasta que lograron el modelo perfecto, y le llamaron Adam, «el de la Tierra». Con estos esclavos creados pudieron producir oro en abundancia. Los siete asentamientos se convirtieron en ciudades, y los anunnaki, que en aquel tiempo eran solo 600 en la Tierra y 300 en las estaciones orbitales, se acostumbraron a una vida cómoda.

La serie de libros Zecharia Sitchin, titulada Crónicas de la Tierra, se basa en premisas tales como que la mitología no es una extravagancia, sino la depositaria de recuerdos ancestrales; que la Biblia debe leerse literalmente como un documento histórico-científico; y que las antiguas civilizaciones, mucho más antiguas y esplendorosas de lo que suele creerse, fueron el producto del conocimiento que trajeron a la Tierra los seres extraterrestres llamados Anunnaki, es decir, «los que descendieron del Cielo a la Tierra». En el primer título de la serie, El 12° Planeta, presenta pruebas antiquísimas de la existencia de otro planeta dentro del sistema solar. Se trata del planeta natal de los Anunnaki, Nibiru. De hecho, los datos recientes procedentes de naves espaciales no pilotadas, confirman estas pruebas y ello ha impulsado a los astrónomos a buscar activamente lo que viene denominándose como «el planeta X». El segundo título de la serie, La escalera al cielo, sigue el rastro de la inacabada búsqueda de la inmortalidad del hombre hasta llegar a un aeropuerto espacial situado en la Península del Sinaí y las pirámides de Gizé, que sirvieron como balizas de aterrizaje, refutándose así la teoría según la cual las pirámides fueron obra de faraones humanos. Recientemente el testimonio de quien vio una inscripción falsa del faraón Khufu en el interior de la Gran Pirámide corrobora las conclusiones del libro. El siguiente libro, La guerra de los dioses y los hombres, narra los hechos acaecidos en tiempos más cercanos y concluye que el aeropuerto espacial del Sinaí fue destruido hace unos 4.000 años con armas equivalentes a misiles nucleares. De hecho, las fotografías de la Tierra tomadas desde el espacio demuestran claramente que en el Sinaí se produjo algún tipo de gigantesca explosión. Este artículo está basado, en gran parte, en las teorías de Zecharia Sitchin en relación a Abraham. Aunque muchas de las teorías de Sitchin puedan parecer pura fantasía, creemos que hay evidencias suficientes para tomarlas seriamente en consideración.


El año de la caída de Ur-Nammu fue el 2096 a.C. Tal vez fue el impacto de este acontecimiento el que provocó que Téraj y su familia dejaran Ur en dirección a un destino lejano, como Jarán. A lo largo de todos los años que siguieron, con el declive de Ur y el sometimiento de las provincias occidentales, incluida Canaán, por parte de Shulgi, la familia permaneció en Jarán. Después, súbitamente, el Señor actuó de nuevo: “Y Yavé le dijo a Abram: Vete de tu país y de tu lugar de nacimiento y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. Y Abram partió, tal como le había dicho Yavé, y Lot se fue con él. Y Abram tenía setenta y cinco años cuando dejó Jarán“. Tampoco aquí se explica la razón para esta mudanza. Pero la pista cronológica es de lo más reveladora. Abraham tenía 75 años de edad en el 2048 a.C., curiosamente el mismo año de la caída de Shulgi. Debido a que la familia de Abraham era la continuadora directa del linaje de Sem, se ha considerado a Abraham como semita, aquél cuyo origen, herencia cultural y lengua son semitas, a diferencia de los súmenos no semitas y de los posteriores indoeuropeos. La ciudad de Mari, actualmente Tell Hariri, situada en el curso del Eufrates medio y cuna de una civilización antiquísima y siempre influida por Sumer, fue fundada a principios del tercer milenio a.C. De los archivos de esta ciudad, se han extraído hasta el momento más de 20.000 tablillas de arcilla, botín cultural incalculable que permite tratar, con más o menos propiedad, sobre el período a que éstas se remontan. Se conoce que en la época dinástica primitiva, Mari fue una importante ciudad-estado y estaba registrada como una de las dinastías reinantes en la Lista de los reyes Súmenos. Según esta lista real, tras la II Dinastía de Ur la soberanía pasó a la ciudad de Adab y, después de la caída de esta última, fue trasladada fuera del tradicional núcleo sumerio. En esta ocasión es cuando la soberanía se fijó en la ciudad de Mari y, gracias a ello, esta urbe conoció una época de gran esplendor. No obstante, en un sentido bíblico, todos los pueblos de Mesopotamia eran descendientes de Sem y, por lo tanto, tan «semitas» como «sumerios». No existe nada en la Biblia que sugiera, como algunos expertos han empezado a sostener, que Abraham y su familia fueran amoritas, es decir, semitas occidentales, que llegaron como inmigrantes a Sumer para volver después a su lugar de origen. Por el contrario: todo indica que se trataba de una familia enraizada en Sumer desde sus comienzos, una familia que, súbitamente, tuvo que desarraigarse de su país para mudarse a una tierra extraña. Las correspondencias entre los dos acontecimientos bíblicos y las fechas de dos importantes acontecimientos sumerios y de otros más por venir, nos indican una conexión directa entre todos ellos. Abraham no aparece como el hijo de unos inmigrantes extranjeros, sino como el vástago de una familia directamente implicada en los asuntos de estado sumerios.

Los expertos, en su búsqueda de quién fue Abraham, hacen referencia a la similitud entre su designación como hebreo (Ibrí) y el término Hapiru, que en Oriente Próximo se pudo transformar en Habiru. Este es el nombre con los asirios y los babilonios de los siglos XVIII y XVII a.C. se referían a las bandas de saqueadores semitas occidentales. A finales del siglo XV a.C, el jefe de una guarnición egipcia en Jerusalén pidió refuerzos a su rey para defenderse de los Hapiru. Y los expertos utilizan este hecho para decir que Abraham era un semita occidental. Sin embargo, muchos expertos piensan que este término no denota un grupo étnico, sino que piensan que Hapiru sería un sustantivo descriptivo que significara, simplemente, «invasores». La idea de que Ibri y Hapirutengan algo que ver, entraña problemas filológicos y etimológicos. También existen grandes inconsistencias cronológicas, todo lo cual lleva a plantearse serias objeciones a la solución sugerida sobre la identidad de Abraham, en especial cuando los datos bíblicos se comparan con la connotación de banda de saqueadores que tiene el término Hapiru. Así, la Biblia habla de incidentes relativos a los pozos de agua, que demuestran que Abraham ponía mucho cuidado en evitar los conflictos con los habitantes de los sitios que atravesaba en su viaje a Canaán. Y, cuando Abraham se ve involucrado en la Guerra de los Reyes, se niega a recibir su parte del botín. Ésta no es la conducta de un bárbaro merodeador, sino la de una persona de elevadas normas de comportamiento. Al llegar a Egipto, Abraham y Sara son llevados a la corte del faraón. En Canaán, Abraham acuerda tratados con los gobernantes locales. No es ésta la imagen de un nómada que saquea las poblaciones de otros, sino que es la imagen de un personaje de elevada reputación, hábil en la negociación y en la diplomacia. A partir de estas consideraciones, Alfred Jeremías, un importante asiriólogo y profesor de historia de la religión en la Universidad de Leipzig, anunció en la edición de 1930 de su obra maestra Das Alte Testament im Lichte des Alten Orients que «en su constitución intelectual, Abraham era sumerio». Jeremías amplió esta conclusión en un estudio de 1932 titulado Der Kosmos von Sumer: «Abraham no era un semita babilónico, sino sumerio». Y sugirió que Abraham encabezó a los fieles cuya reforma buscaba elevar a la sociedad sumeria a niveles religiosos más altos.

Estas ideas resultaban peligrosas en una Alemania que estaba presenciando el auge del nazismo. Poco después de la subida al poder de Hitler, las sugerencias de Jeremías fueron fuertemente criticadas por Nikolaus Schneider en una réplica titulada War Abraham Sumerer?En ella, decía que Abraham ni era sumerio ni era hombre de ascendencia pura: «Desde la época del reinado del rey acadio Sargón en Ur, la patria de Abraham, no hubo nunca una población puramente sumeria, ni una cultura sumeria homogénea». La Segunda Guerra Mundial cortó cualquier debate sobre el tema. Lamentablemente, la línea que Jeremías propusiera ya no se ha vuelto a tomar. Sin embargo, todas las evidencias bíblicas y mesopotámicas nos dicen que Abraham fue sumerio. El Antiguo Testamento nos proporciona el modo y el momento en que Abraham se transformó, de noble sumerio, en un potentado semita occidental, tras la alianza establecida con Yavé, su Dios. En un ritual de circuncisión, su nombre sumerio AB.RAM («Amado del Padre») se cambió por el acadio/semita Abraham(«Padre de una Multitud de Naciones») y el de su esposa SARAI («Princesa») se adaptó al semita Sarah oSara. Fue entonces, a los 99 años de edad, cuando Abraham se convirtió en semita. Para descifrar el enigma de la identidad de Abraham y de su misión en Canaán, tenemos que buscar las respuestas en la historia, las costumbres y la lengua sumerias. No parece lógico que para su misión en Canaán, para el nacimiento de una nación, y para el gobierno de todas las tierras desde la frontera de Egipto hasta la frontera de Mesopotamia, el Señor eligiera a alguien al azar. La joven con la que se casó Abraham llevaba el nombre-epíteto de Princesa. Dado que era hermanastra de Abraham: «En verdad, es mi hermana, la hija de mi padre, pero no la hija de mi madre», podemos suponer que, o bien el padre de Abraham, o bien la madre de Sara, eran de ascendencia real. Del hecho de que la hija de Harán, el hermano de Abraham, llevara también un nombre real (Milkha -«Regia»), se deduce que los antepasados reales provenían del padre de Abraham. Así pues, la familia de Abraham debía pertenecer a uno de los más altos escalafones de las familias de Sumer. No sólo era una familia que podía reivindicar ser descendiente de Sem, sino que también dispondrían de registros familiares que remontarían su linaje a través de generaciones de primogénitos, como Arpakshad, Shélaj y Héber; Péleg, Reú y Serug; Najor, Téraj y Abraham. La Biblia nos cuenta que Arpakhshad procreó a Shélaj, y Shélaj procreó a Héber. Los registros históricos de la familia se remontaban en el tiempo nada menos que tres siglos.


Según la Biblia, Arfaxad (‘sanador’ o ‘liberador’, pronunciado Arpakhshad) fue uno de los cinco hijos de Sem, el hijo de Noé. Nació dos años después del diluvio, cuando su padre Sem tenía cien años. Sus hermanos fueron Elam, Asur, Lud y Aram, todos ellos epónimos de los pueblos mesopotámicos y sirios vecinos de Israel. En el texto hebreo (Masorético) se lo considera padre de Shélaj y ancestro del patriarca Abraham. La versión griega (Septuaginta) llama Cainán a su hijo y menciona a Sala como su nieto. En este sentido el evangelio de Lucas, en el Nuevo Testamento, lo menciona como ancestro de Jesús. El Libro de los Jubileos menciona a Sedequetelebab como madre del patriarca y a Rasuhaya, hija de Susan, hijo de Elam, como su esposa. Shélaj o Sala es un personaje menor del Antiguo Testamento y la Torá, aunque también es mencionado en el Nuevo Testamento. Según el Génesis y I Crónicas, es nieto de Sem, un hijo de Noé; y tuvo un hijo, Héber. De acuerdo al mismo libro, su padre fue Arpakhshad y habría muerto a la edad de 433 años, teniendo 30 cuando tuvo a su hijo. Realizando los correspondientes cálculos, el nacimiento de Shélaj habría sido 1693 años luego de la creación y 37 después del diluvio universal. Aunque hay discrepancias en las fechas mencionadas en la Septuaginta, el Tanaj samaritano y el texto masorético; que son lo suficientemente diferentes como para suponer que no se debe a errores de copiado, sino que son alteraciones intencionales de parte de los traductores de los textos. Según Lucas el Evangelista, Shélaj forma parte de la genealogía de Jesús. Si Shélaj («Espada») nació, como dice el capítulo 11 del Génesis, 258 años antes que Abraham, tuvo que nacer en 2381 a.C. Es decir, la época de los conflictos que llevaron a Sargón al trono en la nueva capital Agadé(«Unida»), para simbolizar la unificación de las tierras y una nueva era. Sesenta y cuatro años después, apareció la figura de Péleg («División»), «pues en sus días la tierra se dividió». De hecho, fue la época en la que Sumer y Acad se separaron. Pero más interesante resulta el significado del nombre de Héber y la razón para habérselo puesto al primogénito en el 2351 a.C., y de la cual proviene el término bíblico Ibri («hebreo»), por el cual se identificó a Abraham y a su familia. Proviene de la raíz de una palabra que significa «cruzar». Los investigadores buscaron la conexión Habiru/Hapiru, antes ya mencionada. Esta errónea interpretación proviene de la búsqueda del significado del nombre-epíteto en Asia Occidental. Sin embargo, la respuesta se encontraría en los orígenes sumerios y en la lengua sumeria de Abraham y sus antepasados.

El sufijo bíblico «i», cuando se aplica a una persona, significa «nativo de». Ibri significaría nativo de un lugar llamado «Cruce»; y ese, precisamente, era el nombre sumerio de Nippur:NI.IB.RU -el Lugar del Cruce, el lugar donde la rejilla antediluviana se cruzaba, el Ombligo de la Tierra original. La desaparición de la n al pasar del sumerio al acadio/hebreo era algo frecuente. Al decir que Abraham era un Ibri, la Biblia simplemente quiere decir que Abraham era un Ni-ib-ri, un hombre originario de Nippur. Los expertos han interpretado el hecho de que la familia de Abraham emigrara de Ur a Jarán como que Ur era también el lugar de nacimiento de Abraham. Pero eso no lo dice la Biblia. Al contrario, cuando se le ordena a Abraham que vaya a Canaán y deje sus pasadas moradas, se hace una relación de tres cosas separadas: la casa de su padre, que estaba entonces en Jarán, su país, la ciudad-estado de Ur, y su lugar de nacimiento, que en la Biblia no se identifica. Si consideramos que Ibri identifica a un nativo de Nippur resuelve el problema del verdadero lugar de nacimiento de Abraham. Tal como indica el nombre de Héber, fue en su época, a mediados del siglo XXIV a.C., cuando se inició la conexión de la familia de Abrahan con Nippur. Pero Nippur no fue nunca una capital real. Más bien fue una ciudad consagrada, el «centro religioso» de Sumer. También fue el lugar donde se confiaron los conocimientos astronómicos a los sumos sacerdotes, y de ahí el lugar donde tuvo su origen el calendario que establece la relación entre el Sol, la Tierra y la Luna. Los expertos reconocen que los calendarios actuales derivan del calendario original de Nippur. Todas las evidencias demuestran que el calendario nippuriano tuvo sus inicios hacia el 4000 a.C., en la era de Tauro. Y aquí nos encontramos con otra confirmación de la conexión de los hebreos con Nippur. El calendario judío sigue contando los años a partir de un enigmático comienzo en el 3760 a.C. Los sabios judíos querían indicar que éste es el número de años que han pasado «desde que comenzó la cuenta de los años». Se supone que se refieren a la introducción del calendario en Nippur. Entre los ancestros de Abraham nos encontramos con una familia sacerdotal de sangre real, una familia encabezada por un sumo sacerdote nippuriano que era al único al que se le permitía entrar en la cámara más profunda del templo, para recibir allí las órdenes de la deidad y trasmitírselas al rey y al pueblo. A este respecto, el nombre del padre de Abraham, Téraj, resulta muy significativo. Los eruditos bíblicos, buscando pistas tan sólo en el entorno semita, consideran que los nombres, como los de Harán y Na-jor, son meros topónimos o nombres que personifican lugares, y sostienen que tuvo que haber ciudades con estos nombres en el centro y norte de Mesopotamia.

Téraj era un sacerdote de Oráculos, designado para escuchar las palabras de la deidad y comunicarlas a la jerarquía laica. Era ésta una función que asumiría posteriormente el Sumo Sacerdote israelita, que era el único al que se le permitía entrar al Santo de los Santos, aproximarse al Dvir («Hablador»), y «escuchar la voz [del Señor] que le habla desde fuera del revestimiento que hay sobre el Arca de la Alianza, de entre los dos Querubines». Durante el Éxodo israelita, en el Monte Sinaí, el Señor proclamó que su alianza con los descendientes de Abraham significaba que «seréis para mí un reino de sacerdotes». Era una afirmación que reflejaba el estatus de los propios ascendientes de Abraham: el sacerdocio real. Estas conclusiones están completamente de acuerdo con las prácticas sumerias según las cuales los reyes nombraban a sus hijas e hijos, y a menudo a sí mismos, para posiciones de sumo sacerdocio, con la consiguiente mezcolanza de linajes reales y sacerdotales. Las inscripciones votivas encontradas en Nippur, como las que encontraron las expediciones arqueológicas de la Universidad de Pennsylvania, confirman que los reyes de Ur tenían en mucha estima el título de «Piadoso Pastor de Nippur», y que realizaban allí funciones sacerdotales. Y el gobernador de Nippur (PA.TE.SI NI.IB.RU) era también el Principal UR.ENLIL («Principal Servidor de Enlil»). Algunos de los nombres que llevaban estos personajes reales y sacerdotales se parecían al nombre sumerio de Abraham (AB.RAM), comenzando también con el componente AB («Padre» o «Progenitor»); como ocurre con AB.BA.MU, que fue el nombre de un gobernador de Nippur durante el remado de Shulgi. No es extraño que una familia tan estrechamente relacionada con Nippur como para que se les llamase «nippurianos» (es decir, «hebreos»), sostuviera una elevada posición en Ur, pues esto concuerda con las circunstancias reales que imperaban en Sumer en aquella época. Fue en los tiempos de la III Dinastía de Ur, cuando, por vez primera en los asuntos divinos y en la historia de Sumer, se les confió a Nannar/Sin, hijo de Enlil, y al rey de Ur la administración de Nippur, combinando así las funciones religiosas y seculares. Así, pudo suceder que, cuando Ur-Nammu subió al trono de Ur, Téraj se trasladara con su familia desde Nippur a Ur, quizás para servir de enlace entre el templo de Nippur y el palacio real de Ur. Su estancia en Ur se prolongó hasta el fin del reinado de Ur-Nammu, y fue a su muerte cuando la familia de Abraham dejó Ur para ir a Jarán.


No se explica en ninguna parte qué es lo que la familia hizo en Jarán. Pero, si consideramos su linaje real y su estatus sacerdotal, debieron pertenecer a la jerarquía de Jarán. La familiaridad con la que, más tarde, trataría Abraham a algunos reyes, nos sugiere que debió tener algo que ver con las relaciones exteriores de Jarán. Y su amistad con los hititas que vivían en Canaán, famosos por su experiencia militar, puede arrojar luz sobre la cuestión de dónde adquirió Abraham la competencia militar que con tanto éxito empleó en la Guerra de los Reyes. Las tradiciones antiguas nos pintan también a Abraham como a una persona sumamente versada en astronomía. Según Flavio Josefo, Beroso se refirió a Abraham, sin nombrarlo, cuando habló del ascenso «entre los caldeos, de cierto hombre grande y justo que estaba muy versado en astronomía». Si Beroso, el historiador babilonio, se refería realmente a Abraham, la importancia de la inclusión del patriarca hebreo en las crónicas babilónicas excede con mucho la indicación de sus conocimientos en astronomía. A lo largo de los ignominiosos años del reinado de Shulgi, la familia de Téraj permaneció en Jarán. Después, a la muerte de Shulgi, llegó la orden divina de partir hacia Canaán. Téraj era ya bastante viejo, y Najor, su hijo, se quedaría con él en Jarán. El elegido para la misión era Abraham, para entonces, un hombre maduro de 75 años. Era el año 2048 a.C., y marcó el comienzo de 24 años fatídicos, que fueron los 18 años que abarcan los reinados, repletos de guerras, de los dos sucesores inmediatos de Shulgi, Amar-Sin y Shu-Sin, y los 6 años de Ibbi-Sin, el último rey de Ur. Indudablemente, es algo más que una coincidencia que la muerte de Shulgi no sólo fuera la señal de partida para Abraham, sino también del realineamiento entre los dioses de Oriente Próximo. El momento en el que Abraham, acompañado por un cuerpo militar de élite, dejó Jarán, situado a las puertas de los dominios hititas, es el mismo momento en el que el exilado dios Marduk apareció en «la tierra de Hatti». Sin embargo, la coincidencia más notable es que Marduk permaneció allí durante los 24 años fatídicos, los años que culminaron con un gran desastre. Las evidencias de los movimientos de Marduk están en una tablilla encontrada en la biblioteca de Assurbanipal, en la cual un anciano Marduk cuenta sus antiguas andanzas y su posterior retorno a Babilonia: “Oh, grandes dioses, sabed mis secretos. Mientras me ciño la cintura, me asaltan los recuerdos: Yo soy el divino Marduk, un gran dios. fui rechazado por mis pecados, a las montañas fui. En muchas tierras, he sido un vagabundo; desde donde el sol nace hasta donde se pone fui. A las alturas de la tierra de Hatti fui. En la tierra de Hatti pedí un oráculo [acerca] de mi trono y mi Señorío; Allí en medio [pregunté]: «¿Hasta cuándo?» 24 años, allí en medio, anidé“.

La aparición del dios anunnaki Marduk en Asia Menor, que implicó una inesperada alianza con Adad, fue, de este modo, la otra cara de la moneda de la apresurada salida de Abraham hacia Canaán. Por el texto, sabemos que Marduk envió, desde su nuevo lugar de exilio, emisarios y suministros, vía Jarán, a sus seguidores en Babilonia, y a sus representantes comerciales en Mari, abriéndose paso de este modo por ambas entradas, la de Nannar/Sin y la de Inanna/Ishtar. Como si se estuviera esperando una señal, con la muerte de Shulgi todo el mundo antiguo se puso en movimiento. La Casa de Nannar estaba desacreditada, y la Casa de Marduk veía aproximarse la hora de su supremacía. Aun cuando el mismo Marduk estaba todavía exiliado de Mesopotamia, su primogénito, Nabu, estaba ganando conversos para la causa de su padre. Su base de operaciones era su propio «centro de culto», Borsippa. Pero sus esfuerzos alcanzaban a todos los países, incluido el Gran Canaán. Con este trasfondo de rápidos cambios es cuando se le ordena a Abraham que vaya a Canaán. El Antiguo Testamento, aunque nada dice al respecto de la misión de Abraham, es claro en lo tocante a su destino. En su rápido traslado a Canaán, Abraham y su esposa, su sobrino Lot, y su séquito se encaminaron sin detenerse hacia el Sur. Hubo una parada en Siquem, donde el Señor le habló a Abraham: «Desde allí se fue al Monte, y acampó al este de Betel; y construyó un altar a Yavé e invocó su nombre». Betel, que significa «Casa de Dios», lugar al que Abraham volvería de nuevo, estaba en las cercanías de Jerusalén y de su santo Monte, el Monte Moria («Monte de la Dirección»), sobre cuya Roca Sagrada se situaría el Arca de la Alianza cuando Salomón construyera el Templo de Yavé en Jerusalén. Desde allí, «Abram fue aún más lejos, yendo todavía hacia el Negev». El Negev, la árida región en donde se funden Canaán y el Sinaí, era, con toda seguridad, el destino de Abraham. En varias declaraciones divinas se indica el arroyo de Egipto, actualmente llamado Wadi El-Arish, como frontera sur de los dominios de Abraham, y el oasis de Kadesh-Barnea como el puesto avanzado más meridional. ¿Qué tenía que hacer Abraham en el Negev, cuyo nombre («la Sequedad») habla de su aridez? ¿Qué sucedía en aquel lugar que requería la precipitada llegada del patriarca y su presencia allí tras un largo viaje desde Jaránl? El Monte Moria, primer punto de interés de Abraham, era importante en aquéllos días porque servía, junto con el Monte Sofim («Monte de los Observadores») y el Monte Sión («Monte de la Señal»), como emplazamiento del Centro de Control de Misiones de los anunnaki. Y el Negev era importante, simplemente, porque, según Sitchin, era la puerta de entrada al aeropuerto espacial del Sinaí.

Se dice que Abraham tenía aliados militares en la región, y que entre su séquito había varios centenares de soldados pertenecientes a un cuerpo de élite. El término bíblico de éstos -Naar- se ha traducido como «hombre joven», pero las investigaciones han demostrado que, en idioma hurrita, se designaba con esta palabra a los jinetes u hombres a caballo. De hecho, en recientes estudios de textos mesopotámicos que tratan de movimientos militares, se habla, entre los hombres de los carros y la caballería, de losLU.NAR («hombres-Nar»), que hacían las veces de una caballería ligera. Nos encontramos con un término idéntico en la Biblia. Tras el ataque del rey David sobre un campamento amalecita, los únicos que escaparon fueron «cuatrocientos Ish-Naar», literalmente «hombres-Nar», o LU.NAR «que cabalgaban camellos». Al decirnos que los soldados de Abraham eran hombres Naar, el Antiguo Testamento nos hace ver que llevaba con él un cuerpo de caballería, probablemente jinetes de camellos más que de caballos. Es posible que tomara la idea de esta fuerza de combate rápida de los hititas, en cuya frontera estaba ubicada Jarán, pues para las áridas regiones del Negev y del Sinaí resultaban más adecuados los camellos que los caballos. La imagen de Abraham se va conformando, no como un pastor nómada, sino como un comandante militar de ascendencia real, que puede que no encaje con la habitual imagen de este patriarca hebreo. Así, citando fuentes antiguas relativas a Abraham, Flavio Josefo (siglo I d.C.) dijo de él: «Abraham reinó en Damasco, donde era un extranjero, tras llegar con un ejército de las tierras que hay por encima de Babilonia», desde donde, «tras un tiempo prolongado, el Señor lo había levantado y lo había sacado del país junto con sus hombres, para llevarlo a la tierra que entonces llamaban Canaán, pero que ahora llaman Judea». La misión de Abraham era una misión militar. Y según Sitchin, el objetivo era proteger las instalaciones espaciales de los anunnaki, el Centro de Control de Misiones y el aeropuerto espacial. Tras una corta estancia en el Negev, Abraham atravesó la península del Sinaí y llegó a Egipto. Evidentemente, no eran unos vulgares nómadas, cuando a Abraham y a Sara se les llevó al palacio real. Ello debió suceder hacia el 2047 a.C., cuando los faraones que gobernaban entonces el Bajo Egipto, que no eran seguidores de Amón, «El Dios Oculto» Ra/Marduk, se enfrentaban al fuerte desafío que representaba el príncipe de Tebas, en el sur, en donde se consideraba a Amón como dios supremo.


Tan solo podemos suponer los asuntos de estado que debieron tratar el asediado faraón y Abraham, el general nippuriano. La Biblia no dice nada de esto, así como tampoco dice nada del tiempo que estuvieron allí, aunque El Libro de los Jubileos afirma que estuvieron en Egipto cinco años. Cuando llegó el momento de regresar al Negev, Abraham fue acompañado por un gran séquito de hombres del faraón: «Y Abraham se fue de Egipto, él y su mujer y Lot con él, hasta el Negev». Abraham era «rico en rebaños» de ovejas y ganado vacuno para comer y vestir, así como de asnos y camellos para sus rápidos jinetes. Una vez más, fue a Betel, a «invocar el nombre de Yavé», a la espera de instrucciones. Después, Lot y él se separaron, y Lot decidió quedarse a vivir, con sus rebaños, en la llanura del Jordán, «que era de regadío, como el Jardín del Señor, antes de que Yavé destruyera Sodoma y Gomorra». Abraham siguió hasta las montañas, instalándose en la cumbre más alta, cerca de Hebrón, desde donde podía observar en todas las direcciones; y el Señor le dijo: «Ve, recorre el país a lo largo y a lo ancho, pues a ti te lo he de dar». Y, poco después, «en los días de Amrafel, rey de Senaar», fue cuando tuvo lugar la expedición militar de la alianza oriental. Según el Génesis: «Doce años sirvieron [los reyes cananeos] a Codorlaomor, en el año décimo tercero se rebelaron; y en el décimo cuarto vinieron Codorlaomor y los reyes que estaban con él». Hace tiempo que los expertos vienen buscando confirmaciones arqueológicas de los acontecimientos de los que se habla en la Biblia, pero sus esfuerzos han sido vanos, probablemente debido a que han estado buscando a Abraham en una época equivocada. Tal como se indica el capítulo 14 del Génesis: “En los días de Amrafel, rey de Senaar, de Aryok, rey de El-lasar, de Codorlaomor, rey de Elam, y de Tidal, rey de Goyim, que estos hicieron guerra a Berá, rey de Sodoma, a Birshá, rey de Gomorra, a Sinab, rey de Admá, a Semeber, rey de Seboyim, y al rey de Belá, que es Soar“. Ya en 1875, al comparar la lectura tradicional del nombre con su deletreo en las antiguas traducciones bíblicas, François Lenormant, arqueólogo y egiptólogo, en su obra La Langue Primitive de la Chaldée, propuso que la lectura correcta debía ser «Amar-pal» en lugar de “Amrafel”. Posteriormente, D. H. Haigh, enZeitschrift für Ágyptische Sprache und Altertumskun, adoptó también la versión de «Amar-pal», afirmando que «el segundo elemento [del nombre del rey] es uno de los nombres del dios Luna [Sin]». Además declaró: «Hace tiempo que estoy convencido de que Amar-pal fue uno de los reyes de Ur». En 1916, Franz M. Bohl, en Die Kónige von Génesis 14, sugirió de nuevo, sin éxito, que aquel nombre había que leerlo como en la Septuaginta, es decir, como «Amar-pal», explicando que significaba «Visitado por el Hijo», un nombre de la realeza, en línea con otros nombres reales de Oriente Próximo, como el egipcio Tutmosis (Toth-mes -«Visitado por Toth»).

Pal, que significa «hijo», era ciertamente un sufijo habitual en los nombres reales mesopotámicos, identificando a la deidad considerada como hijo divino predilecto. Dado que en Ur se consideraba que el hijo favorito era Nannar/Sin, sería lógico pensar queAmar-Sin yAmar-pal fueran, en Ur, el mismo nombre. La identificación del « Amrafel » del Génesis 14 con Amar-Sin, tercer rey de la III Dinastía de Ur, encaja a la perfección con las cronologías bíblica y sumeria. El relato bíblico de la Guerra de los Reyes sitúa el acontecimiento poco después del regreso de Abraham al Negev desde Egipto, pero antes del décimo aniversario de su llegada a Canaán, es decir, entre 2042 y 2039 a.C. El reinado de Amar-Sin/Amar-Pal fue de 2047 a 2039 a.C. Así pues, la Guerra de los Reyesdebió tener lugar en la última parte de su reinado. Los anales del reinado de Amar-Sin indican que su séptimo año, 2041 a.C., fue el de su principal expedición militar a las provincias occidentales. Los datos bíblicos afirman que esto sucedió catorce años después de que los elamitas, a las órdenes de Codorlaomor, sometieran a los reyes cananeos. Y el año 2041 fue, de hecho, el décimo cuarto después de que Shulgi, tras recibir los oráculos de Nannar, lanzara una expedición militar elamita sobre Canaán (2055 a.C.). Con la sincronización de fechas y acontecimientos bíblicos y sumerios, tal como propone Sitchin, se obtiene la siguiente secuencia, que apoya lo relatado en la Biblia: 2123 a.C. Abraham nace en Nippur, hijo de Téraj; 2113 a.C. Ur-Nammu entronizado en Ur, se le da la custodia de Nippur. Téraj y su familia se trasladan a Ur; 2095 a.C. Shulgi asciende al trono tras la muerte de Ur-Nammu. Téraj y su familia se van de Ur a Jarán; 2055 a.C. Shulgi recibe los oráculos de Nannar, envía tropas elamitas a Canaán; 2048 a.C. Muerte de Shulgi, ordenada por Anu y Enlil. A Abraham, con 75 años de edad, se le ordena partir hacia Canaán; 2047 a.C. Amar-Sin («Amarpal») asciende al trono de Ur. Abraham sale del Negev hacia Egipto. 2042 a.C. «Los reyes cananeos derivan su fidelidad a «otros dioses». Abraham vuelve de Egipto con un cuerpo de élite; 2041 a.C. Amar-Sin lanza la Guerra de los Reyes.

Pero, ¿quiénes eran estos «otros dioses» que se estaban ganando la fidelidad de las ciudades cananeas? Todo parece indicar que se trataba de Marduk, intrigando desde su exilio, y su hijo Nabu, que recorría la zona oriental de Canaán buscando adeptos. Tal como indican los nombres de los lugares bíblicos, toda la tierra de Moab quedó bajo la influencia de Nabu. A esta tierra también se le conoció como Tierra de Nabu, y muchos de sus lugares recibieron su nombre en su honor. De hecho, el pico más alto conservó su denominación -Monte Nebo- durante los milenios que siguieron. Éste es el marco histórico en el cual el Antiguo Testamento encajó la invasión del Este. Pero, aún desde el punto de vista bíblico fue una guerra poco habitual. El propósito aparente, la supresión de una rebelión, parece haber sido un aspecto secundario de la guerra. El verdadero objetivo, un cruce de caminos en un oasis del desierto, nunca se alcanzó. Tomando la ruta meridional de Mesopotamia a Canaán, los invasores se encaminaron hacia el sur por Transjordania, siguiendo la Calzada del Rey, atacando los puestos avanzados de vigilancia de los puntos de cruce del Jordán:Ashterot-Carnáyim, en el norte; Cam, en el centro; y Shaveh-Quiryatáyim, en el sur. Según el relato bíblico, el verdadero objetivo de los invasores era un lugar llamado El Paran, pero no consiguieron llegar a él. Bajando por Transjordania y circundando el Mar Muerto, los invasores pasaron junto al Monte Seír y avanzaron «hacia El Paran, que está frente al desierto». Pero se vieron obligados a «virar hacia En Mishpat, que es Kadesh». Nunca llegaron a El Paran. El desierto de Parán es un lugar mencionado en la Biblia hebrea. Es uno de los lugares donde los israelitas pasaron parte de sus 40 años durante su éxodo. Y fue también el hogar de Ismael y un lugar de refugio para David. En la tradición árabe a menudo se ha equiparado con un área del Hiyaz, en torno a La Meca. De algún modo los invasores se vieron obligados a retroceder hasta En Mishpat, también conocido como Kadesh-Barnea. Sólo entonces, cuando volvían a Canaán, es cuando «el rey de Sodoma, el rey de Gomorra, el rey de Admá, el rey de Seboyim y el rey de Belá, que es Soar, les presentaron batalla en el Valle de Siddim». La batalla con estos reyes cananeos se dio, por tanto, en una fase tardía de la guerra, y no fue su primer objetivo. Hace casi un siglo, en un minucioso estudio titulado Kadesh-Barnea, Henry Clay Trumbull llegó a la conclusión de que el verdadero objetivo de los invasores era El Paran, que identificó correctamente como el oasis de Nakhl, en la llanura central del Sinaí. Pero ni él ni ningún otro ha podido explicar por qué una gran alianza iba a enviar un ejército hacia un objetivo situado a miles de kilómetros de distancia para alcanzar un aislado oasis en una inmensa y desolada llanura. Pero, ¿qué razón había para ir allí? y ¿quién les bloqueó el camino hacia Kadesh-Barnea forzando a los invasores a dar la vuelta?


Segun Sitchin, el verdadero destino de la gran alianza era el aeropuerto espacial anunnaki del Sinaí. Y el que bloqueó el camino hacia Kadesh-Barnea fue Abraham. Desde la más remota antigüedad, Kadesh-Barnea fue el punto más cercano a la región del aeropuerto espacial al que no podían llegar los seres humanos sin un permiso especial. Shulgi había ido allí a rezar y a realizar ofrendas a Dios y, casi mil años antes que él, el rey sumerio Gilgamesh se detuvo allí para obtener el adecuado permiso. Era el lugar al que los sumerios llamaban BAD.GAL.DINGIR y Sargón de Acad denominaba Dur-Mah-Ilani, que aparece claramente en las inscripciones como un lugar de Tilmun, la península del Sinaí. En el lugar que la Biblia llamó Kadesh-Barnea permaneció Abraham con sus tropas de élite, impidiendo el avance de los invasores hasta el mismo aeropuerto espacial. Las insinuaciones del Antiguo Testamento se convierten en información detallada en los Textos de Codorlaomor, que aclaran que la guerra pretendía evitar el regreso de Marduk, así como frustrar los esfuerzos de Nabu por alcanzar el aeropuerto espacial. Estos textos no sólo nombran a los mismos reyes que se mencionan en la Biblia, sino que incluso repiten los detalles bíblicos del cambio de fidelidades «en el año décimo tercero». Los Textos de Codorlaomor fueron escritos por un historiador babilonio que apoyaba el deseo de Marduk de convertir a Babilonia en «el ombligo celeste de las cuatro regiones». Y para frustrar esto es por lo que los dioses que se oponían a Marduk le ordenaron a Codorlaomor que se hiciera con Babilonia y la profanara: “Los dioses a Kudur-Laghamar, rey de la tierra de Elam, ordenaron: «¡Invádeles!». Llevó a cabo aquello que para la ciudad era malo; en Babilonia, la preciosa ciudad de Marduk, se hizo con la soberanía; en Babilonia, la ciudad del rey de los dioses, Marduk, derrocó la realeza; convirtió su templo en una guarida de perros; los cuervos de sonoro graznido dejaron caer sus excrementos allí“. El saqueo de Babilonia no fue más que el comienzo. Tras las «malas acciones» que se cometieron allí, Utu/Shamash intentó enfrentarse a Nabu, que, según decía en su acusación, había subvertido la fidelidad de cierto rey a su padre, Nannar/Sin. Y esto sucedió, según los Textos de Codorlaomor, en el año décimo tercero, exactamente lo que dice el Génesis: “Ante los dioses el hijo de su padre [vino]; aquel día, Shamash, el Brillante, contra el señor de señores, Marduk [dijo]: «La fidelidad de su corazón [del rey] traicionó, en la epoca el año décimo tercero rompió las filas de mi padre; el rey dejó de atender el cuidado de su fe; todo esto lo ha provocado Nabu»“.

Los dioses reunidos, alertados por el papel que Nabu había desempeñado en la extensión de la rebelión, reunieron una coalición de reyes leales y designaron al elamita Kudur-Laghamar como comandante en jefe. La primera orden fue que «Borsippa, la fortaleza [de Nabu], con las armas sea despojada». Para llevar a cabo la orden, «Kudur-Laghamar, con malvados pensamientos contra Marduk, destruyó el santuario de Borsippa con fuego, y a sus hijos con la espada mató». Después, se ordenó la expedición militar contra los reyes rebeldes. Los textos babilónicos hacen una relación de los objetivos que tenían que ser atacados y de los nombres de los atacantes. Podemos reconocer los nombres bíblicos de Eriaku (Aryok), que fue a atacar Shebu (Beersheba) y de Tud-Ghula (Tidal), que fue a «golpear con la espada a los hijos de Gaza». Actuando según un oráculo de Ishtar, el ejército reunido por los Reyes del Este llegó a Transjordania. El primer ataque se hizo sobre una fortaleza en las tierras altas. La ruta fue la misma que se describe en la Biblia: desde las tierras altas en el norte, a través de la región de Rabat-Amón en el centro, hacia el sur, hasta las cercanías del Mar Muerto. Después, sería capturada Dur-Mah-Ilani, y las ciudades cananeas, incluidas Gaza y Beersheba, en el Negev, que serían castigadas. Pero en Dur-Mah-Ilani, según el texto babilónico, «el hijo del sacerdote, a quien los dioses en su veraz consejo habían ungido», se puso en el camino de los invasores y «evitó el saqueo». Probablemente este texto babilónico se refiere a Abraham, aquel hijo del sacerdote Téraj. Esta posibilidad se ve reforzada por el hecho de que los textos mesopotámicos y los textos bíblicos hablan del mismo acontecimiento, en la misma localidad y con el mismo resultado. Pero aún hay otra pista realmente intrigante. Se trata del hecho de que en los anales del reinado de Amar-Sin se llama al séptimo año, el crucial año de 2041 a.C., año de la expedición militar, MU NE IB.RU.UM BA.HUL, «Año [en el cual] la pastoril morada deIB.RU.UM fue atacada». Posiblemente se refiere a Abraham y su pastoril morada.Tambiénexiste una posible pista pictórica de la invasión. Es una escena grabada en un sello cilindrico sumerio que se cree que representa el viaje de Etana, un antiguo rey de Kis, hasta la Puerta Alada, donde un «Águila» lo elevó a las alturas, hasta que la Tierra desapareció de su vista. Pero en el sello se ve a un héroe coronado a caballo, situado entre la Puerta Alada y dos grupos distintos. En un grupo vemos cuatro hombres armados cuyo líder, también a caballo, se mueve hacia una región cultivada de la península del Sinaí, indicada por el símbolo del creciente de Sin del cual crece trigo. El otro grupo es de cinco reyes, que van en dirección opuesta. Esta imagen contiene todos los elementos de una antigua ilustración de la Guerra de los Reyes y del papel del «Hijo del Sacerdote» en ella. El héroe, que se representa en el centro sería realmente Abraham.

Tras llevar a cabo su misión, que según Sitchin consistía en proteger el aeropuerto espacial, Abraham volvió a su base cerca de Hebrón. Estimulados por su hazaña, los reyes cananeos marcharon con sus fuerzas para interceptar al ejército del Este en retirada. Pero los invasores los vencieron y «tomaron todas las posesiones de Sodoma y Gomorra», así como a un valioso rehén: «Se llevaron a Lot, el sobrino de Abraham, que vivía en Sodoma». Al enterarse de esto, Abraham llamó a sus mejores guerreros y persiguió a los invasores, alcanzándolos cerca de Damasco, donde consiguió liberar a Lot y recuperar todo el botín. A su regreso, fue recibido como un vencedor en el Valle de Shalem (Jerusalén): “Y Melquisedec, el rey de Shalem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo. Y le bendijo, diciendo: «Bendito sea Abram del Dios Altísimo, poseedor del Cielo y la Tierra; y bendito sea el Dios Altísimo que entregó a tus enemigos en tus manos.»“. Los reyes cananeos no tardaron en llegar para dar las gracias a Abraham y ofrecerle todas las posesiones recuperadas como recompensa. Pero Abraham se negó a tomar «siquiera la correa de un zapato» para sí mismo o sus guerreros. No había actuado ni por amistad con los reyes cananeos ni por enemistad con la Alianza Oriental. En la guerra entre la Casa de Nannar y la Casa de Marduk, él era neutral. Fue por «Yavé, el Dios Altísimo, poseedor del Cielo y la Tierra, que he levantado mis manos», afirmó. La fallida invasión de la Alianza Oriental no detuvo los trascendentales acontecimientos que estaban teniendo lugar en el mundo antiguo. Un año más tarde, en el 2040 a.C., Mentuhotep II, líder de los príncipes tebanos, derrotó a los faraones del norte y extendió los dominios de Tebas y de su dios hasta los límites occidentales de la península del Sinaí. Al año siguiente, Amar-Sin intentó alcanzar la península del Sinaí por mar, para terminar muriendo por una picadura venenosa. Los ataques sobre el aeropuerto espacial se frustraban, pero el peligro no había pasado; y los esfuerzos de Marduk por conseguir la supremacía se intensificaron aún más. Quince años después, Sodoma y Gomorra estallarían envueltas en llamas, cuando Ninurta y Nergal liberaron las armas del Día del Juicio Final. Este fatídico Día del Juicio Final llegó en el año vigésimo cuarto, cuando Abraham, que estaba acampado cerca de Hebrón, tenía 99 años de edad: «Y el Señor se le apareció en la arboleda de terebintos de Mambré, cuando estaba sentado a la entrada de la tienda, al calor del día. Y levantó lo ojos y miró, y vio -tres hombres estaban parados ante él; y, en cuanto los vio, corrió desde la entrada de la tienda hacia ellos, y se postró en tierra».


El narrador bíblico del Génesis hace que Abraham levante la mirada y tenga un repentino encuentro con los seres divinos. Aunque Abraham estaba en la puerta de su tienda, no vio a los tres seres que se aproximaban. De repente, estaban «parados ante él». Y, aunque eran «hombres», reconoció su verdadera identidad de inmediato y se postró ante ellos, llamándoles «mis señores» y pidiéndoles que no «paséis de largo cerca de vuestro servidor» sin darle la ocasión de prepararles una suntuosa comida. Anochecía cuando los divinos visitantes terminaron de comer y descansar, y su jefe, preguntándole por Sara, le dijo a Abraham: «Volveré a ti por estas fechas el próximo año; para entonces, Sara, tu mujer, tendrá un hijo». La promesa de un heredero legítimo para Abraham y Sara en su ancianidad no era la única razón para que aquellos seres llegasen donde se encontraba Abraham. Había otra razón más siniestra: “Y los hombres se levantaron de allí para ir a inspeccionar Sodoma. Y Abraham fue con ellos para despedirles, y el Señor dijo: «¿Acaso voy a ocultarle a Abraham lo que estoy haciendo?»“. El Señor, tras recordar los servicios prestados por Abraham y el futuro que le había prometido, le desveló el verdadero objetivo del viaje. Se trataba de verificar las acusaciones contra Sodoma y Gomorra. «Las protestas por Sodoma y Gomorra son grandes, y son graves las acusaciones contra ellas», y el Señor dijo que había decidido «bajar y comprobar; si todo es como las protestas que me han llegado, las destruiré por completo; y si no, he de saberlo». La destrucción de Sodoma y Gomorra se ha convertido en uno de los episodios bíblicos del que más se ha hablado. Los ortodoxos y los fundamentalistas nunca dudaron de que el Señor Dios vertió literalmente fuego y azufre desde los cielos para borrar de la faz de la Tierra a aquellas ciudades pecadoras, mientras que los expertos han estado buscando unas explicaciones «naturales» del relato bíblico, tales como un terremoto, una erupción volcánica u otros fenómenos naturales que se pudieran interpretar como un acto de Dios, como castigo al pecado. Pero, en lo que concierne al relato bíblico que, hasta ahora, es la única fuente de interpretaciones, el acontecimiento no fue una calamidad natural. Se describe como un acontecimiento premeditado, ya que el Señor le desvela a Abraham con antelación lo que está a punto de suceder y por qué. Es un acontecimiento evitable, no una calamidad provocada por fuerzas naturales irreversibles. La calamidad tendrá lugar sólo si las «protestas» contra Sodoma y Gomorra se confirman. Y también era un acontecimiento que se podía posponer, un acontecimiento cuya ocurrencia podía darse antes o después, a voluntad.

Al percatarse de que la calamidad era evitable, Abraham empleó una táctica dilatoria: «Quizás haya cincuenta Justos en la ciudad», le dijo al Señor. «¿Vas a destruir el lugar y no lo vas a perdonar por los cincuenta Justos que hubiere dentro?». Y, rápidamente, añadió: «¡Tú no puedes hacer tal cosa, matar al justo con el malvado! ¡No puedes! ¡El Juez de toda la Tierra no puede dejar de hacer justicia!». La súplica era para evitar la premeditada y evitable destrucción, si hubiera cincuenta Justos en la ciudad. Pero, en cuanto el Señor accedió a perdonar la ciudad en el caso de que hubiera esas cincuenta personas, Abraham se preguntó en voz alta si el Señor llevaría a cabo su destrucción si tan solo le faltaran cinco para ese número. Y, cuando el Señor accedió a perdonar a la ciudad sólo con que hubiera cuarenta y cinco Justos, Abraham continuó rebajando el número a cuarenta, y luego a treinta, a veinte, a diez. «Y el Señor dijo: ‘No la destruiré si hubiera diez'; y partió en cuanto dejó de hablar con Abraham, y Abraham volvió a su sitio». Al atardecer, los dos compañeros del Señor llegaron a Sodoma con la intención de comprobar las acusaciones contra la ciudad y dar cuenta de sus descubrimientos al Señor. La narración bíblica se refiere a ellos como Mal’akhim, traducido como «ángeles», pero que realmente significa «emisarios». Lot, que estaba sentado a las puertas de la ciudad, reconoció al instante, al igual que hiciera Abraham antes, la naturaleza divina de los dos visitantes, quizás por su atuendo, por sus armas, o quizás por el modo en que llegaron, tal vez por el aire. Ahora le tocaba a Lot insistir en su hospitalidad, y los dos emisarios aceptaron la invitación de pasar la noche en su casa. Pero no iba a ser una noche tranquila, pues la noticia de la llegada de los extraños agitó a toda la ciudad. «No bien se habían acostado, la gente de Sodoma rodeó la casa; jóvenes y viejos, toda la población, de cada barrio; y llamaron a Lot y le dijeron: ‘¿Dónde están los hombres que vinieron contigo anoche? Tráelos para que los conozcamos’». Y cuando Lot se negó a complacerles, la turba intentó entrar por la fuerza en su casa; pero los dos Mal’akhim «hirieron a la gente que estaba en la entrada de la casa cegándolos, tanto a jóvenes como a viejos; y se cansaron intentando encontrar la entrada». Los dos emisarios ya no precisaban de más indagaciones. Al percatarse de que, de toda la gente de la ciudad, sólo Lot era «justo», el destino de la ciudad estaba firmado. «Y le dijeron a Lot: ‘¿A quién más tienes aquí? Saca de este lugar a tu yerno, a tus hijos e hijas, y a cualquier otro pariente que tengas en la ciudad, pues la vamos a destruir». Lot se apresuró para llevar la noticia a sus yernos, pero se encontró tan solo con la incredulidad y la risa. De modo que, al alba, los emisarios apremiaron a Lot para que escapara sin demora, tomando con él sólo a su mujer y a sus dos hijas solteras: “Pero Lot remoloneaba; de manera que los hombres lo tomaron de la mano lo mismo que a su mujer y a sus dos hijas -pues la misericordia de Yavé estaba sobre él- y les sacaron fuera, y les pusieron fuera de la ciudad”.

Tras dejarlos fuera de la ciudad, los emisarios le insistieron a Lot para que huyera a las montañas: «¡Escapa, por vida tuya! No mires atrás, ni te pares en ningún sitio en la llanura», fueron las instrucciones; «escapa a las montañas, o perecerás». Pero Lot, temiendo no llegar a tiempo a las montañas y «ser alcanzado por el Mal y morir», les hizo una propuesta: ¿Se podría retrasar la destrucción de Sodoma hasta haber llegado a la ciudad de Soar, la que más lejos estaba de Sodoma? Y, tras aceptar, uno de los emisarios le urgió a que se apresuraran en llegar allí: «De acuerdo, escápate allá, porque no puedo hacer nada hasta que no llegues a esa ciudad». Así pues, la calamidad no sólo era predecible y evitable, sino que también se podía posponer; y se podía destruir varias ciudades en diferentes ocasiones. Ninguna catástrofe natural podría haber reunido todas estas características: “El sol se elevaba sobre la Tierra cuando Lot llegó a Soar;y el Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra, desde los cielos, azufre y fuego de parte de Yavé. Y Él destruyó aquellas ciudades y toda la llanura, y a todos los habitantes de las ciudades y toda vegetación que crece del suelo”. Las ciudades, la gente, la vegetación, todo resultó «arrasado» por la terrible arma de los dioses. El calor y el fuego lo chamuscaron todo a su paso y la radiación afectó a las personas incluso en la distancia. La esposa de Lot, ignorando las advertencias de no detenerse y mirar atrás en su huida de Sodoma, se convirtió en un «pilar de vapor». El «Mal» que Lot temía había caído sobre ella. La traducción tradicional y literal del término hebreo Netsiv melah ha sido «pilar de sal», y en la Edad Media se llegó a escribir mucho para explicar el proceso por el cual una persona se podía transformar en sal cristalina. Sin embargo, si la lengua madre de Abraham y Lot era el sumerio, y el acontecimiento se registró no en una lengua semita, sino en sumerio, entonces se nos plantea la posibilidad de una explicación completamente diferente y más plausible acerca de lo que le ocurrió a la mujer de Lot. En un estudio presentado ante laAmerican Oriental Societyen 1918, y en el subsiguiente artículo de Beitráge zur Assyriologie. Paul Haupt, uno de los pioneros sobre asiriología en Estados Unidos, demostró concluyentemente que el término sumerio NIMUR significaba tanto sal como vapor, debido al hecho de que las primitivas salinas de Sumer eran ciénagas cercanas al Golfo Pérsico. El narrador hebreo bíblico malinterpretó probablemente el término sumerio debido a que el Mar Muerto recibe el nombre en hebreo deEl Mar de Sal, y escribió «pilar de sal» cuando, de hecho, la mujer de Lot se convirtió en un «pilar de vapor». En relación con esto, conviene hacer notar que, en los textos ugaríticos, como por ejemplo en el relato cananeo de Aqhat, con sus muchas similitudes con el relato de Abraham, se describe la muerte de un ser humano a manos de un dios como el «escape de su alma como vapor, como humo por las ventanas de la nariz».


La Epopeya de Erra puede interpretarse, según Sitchin, como el registro sumerio de una destrucción nuclear. La Epopeya de Erra es una leyenda mitológica mesopotámica. Data del primer tercio del I milenio a. C., con mayor probabilidad en el siglo VIII a. C. Fue escrita por un sacerdote de Esagila, el templo de Marduk en Babilonia, de nombre Kabti-ilâni-Marduk, que se presenta a sí mismo como el transcriptor de un sueño visionario por el que el propio dios Erra le habría revelado el texto. Se compone de cinco tablillas, con un total aproximado de unos 700 versos. En ella se describe la muerte de las personas a manos del dios de esta manera: “Haré desvanecerse a las personas, sus almas se convertirán en vapor“. La desgracia de la mujer de Lot fue la de encontrarse entre aquéllos que se «convirtieron en vapor». Una a una, las ciudades «que indignaron al Señor» fueron arrasadas y se permitió escapar a Lot: “Pues cuando los dioses devastaron las ciudades de la llanura, los dioses se acordaron de Abraham, y enviaron a Lot lejos de las ciudades de la devastación“. Y, tal como se le había dicho, Lot fue «a vivir a la montaña y moró en una cueva, él y sus dos hijas con él». Después de presenciar la ígnea destrucción de toda vida en la llanura del Jordán, y la invisible mano de la muerte que vaporizó a su madre, Lot y sus hijas pensaron, según se nos dice en la Biblia, que habían presenciado el fin de la humanidad en la Tierra y que ellos tres eran los únicos supervivientes de la especie humana. Por esta razón la única forma de preservar a la humanidad, consistiría en cometer incesto y que las hijas concibieran hijos de su propio padre: «Y la mayor le dijo a la menor: ‘Nuestro padre es viejo, y no hay ningún hombre en la Tierra que se una a nosotras a la manera de todos en la Tierra; ven, hagamos que nuestro padre beba vino, y luego yaceremos con él, para que así podamos preservar la simiente de la vida de nuestro padre’». Y, de este modo, ambas se quedaron embarazadas y tuvieron hijos. La noche anterior al holocausto debió de ser una noche terrible para Abraham, preguntándose si encontrarían suficientes Justos en Sodoma como para que las ciudades fueran perdonadas. También preguntándose acerca del destino de Lot y de su familia. «Y Abraham se levanto temprano y fue al lugar en donde había estado en presencia de Yavé, y miró en dirección a Sodoma y Gomorra, y la región de la llanura; y vio el humo elevarse de la tierra, como de una fogata». Abraham estaba presenciando un tipo de Hiroshima, la destrucción de una llanura fértil y poblada por medio de bombas atómicas.Era el año 2024 a. C. (siglo XXI a.C.).

Pero, ¿dónde se encuentran las ruinas de Sodoma y Gomorra? Los antiguos geógrafos griegos y romanos decían que el otrora fértil valle de las cinco ciudades se inundó con posterioridad a la catástrofe. Los expertos modernos creen que la «devastación» de la que se habla en la Biblia provocó una brecha en la costa meridional del Mar Muerto, con lo que las aguas sumergieron las regiones bajas del sur. La porción restante de lo que una vez fue la costa sur se convirtió en un accidente geográfico al que los lugareños llamaron figurativamente el-Lissan («La Lengua»), y el otrora poblado valle de las cinco ciudades se convirtió en la nueva zona sur del Mar Muerto, que aún lleva el apodo local de «Mar de Lot». Mientras tanto, en el norte, el desplazamiento de las aguas hacia el sur hizo que la línea costera retrocediera. Los antiguos informes han recibido confirmación en tiempos modernos a través de diversas investigaciones, comenzando por una exhaustiva exploración de la zona a cargo de una misión científica patrocinada por el Instituto Bíblico Pontificio del Vaticano. Importantes arqueólogos, como W. F. Albright y P. Harland, descubrieron que las poblaciones de las montañas de alrededor de la región se abandonaron repentinamente en el siglo XXI a.C., y no se volvieron a poblar hasta varios siglos más tarde. Y hasta el día de hoy, las aguas de los manantiales de los alrededores del Mar Muerto están contaminadas de radiactividad «suficiente para producir esterilidad y otras afecciones, tanto en animales como en personas que las absorban durante unos cuantos años». Pero la nube de la muerte, elevándose en los cielos de las ciudades de la llanura, no sólo aterrorizó a Lot y a sus hijas, sino también a Abraham, que no se sintió seguro ni en las montañas de Hebrón, a unos ochenta kilómetros de distancia. En la Biblia se nos dice que levantó su campamento y se trasladó bastante más al oeste, para residir en Guerar. Por otra parte, ya nunca más se aventuraría a entrar en el Sinaí. Años más tarde, incluso, cuando el hijo de Abraham, Isaac, quiso ir a Egipto debido a una hambruna en Canaán, «Yavé se le apareció y le dijo: ‘No bajes a Egipto; vive en la tierra que te mostraré’». El paso a través de la península del Sinaí, por lo que parece, aún no era seguro. Pero, ¿cuál era la razón? Según Sitchin la destrucción de las ciudades de la llanura fue sólo una exhibición secundaria. Al mismo tiempo, también fue arrasado con armas nucleares el aeropuerto espacial de la península del Sinaí, dejando tras de sí una radiación mortal que persistió durante muchos años. El principal objetivo nuclear estaba en la península del Sinaí; y la víctima real, al final, sería Sumer. Aunque el fin de Ur no tardó en llegar, su triste destino comenzó a vislumbrarse a partir de la Guerra de los Reyes, acercándose poco a poco. El Año del Juicio Final -2024 a.C- fue el sexto año del reinado de Ibbi-Sin, el último rey de Ur. Pero, para encontrar los motivos de la calamidad, tendremos que remontarnos en los registros de aquellos fatídicos años hasta la época de la guerra.

Tras fracasar en su misión y humillados por dos veces a manos de Abraham, una en Kadesh-Barnea y la otra cerca de Damasco, los reyes invasores no tardaron en ser apartados de sus tronos. En Ur, Amar-Sin fue sustituido por su hermano Shu-Sin, que ascendió al trono para encontrarse con que la gran alianza se había hecho añicos, y que los hasta entonces aliados de Ur se disputaban ahora el imperio que se desmoronaba. Aunque los dioses Nannar e Inanna también habían resultado desacreditados en la Guerra de los Reyes, Shu-Sin puso en ellos su confianza. Fue Nannar, afirman las más antiguas inscripciones de Shu-Sin, el que «pronunció su nombre» para la realeza, ya que era «el amado de Inanna», y ella misma se lo presentó a Nannar. Shu-Sin alardeaba de que «la Sagrada Inanna, la dotada de sorprendentes cualidades, la Primera Hija de Sin», le había dado armas con las cuales «entablar combate con el país enemigo que no sea obediente». Pero todo esto no fue suficiente para impedir la disgregación del imperio sumerio, y Shu-Sin no tardó en recurrir a los grandes dioses en busca de socorro. A juzgar por los anales, Shu-Sin, en el segundo año de su reinado, buscó los favores del dios Enki construyéndole un barco especial que surcara los mares hasta el Mundo Inferior. El tercer año del remado fue también de preocupación por buscar el acercamiento a Enki. Pero poco más se sabe de esto. Quizás fuera un subterfugio para pacificar a los seguidores de Marduk y de Nabu; aunque, evidentemente, la intentona fracasó, pues el cuarto y el quinto año presenciaron la construcción de una imponente muralla en la frontera occidental de Mesopotamia, creada específicamente para protegerse de las incursiones de los «Occidentales», los seguidores de Marduk. A medida que crecía la presión desde el oeste, Shu-Sin recurrió a los grandes dioses de Nippur en busca de perdón y de salvación. Los anales, confirmados por las excavaciones arqueológicas de la Expedición Americana a Nippur, revelan que Shu-Sin emprendió obras masivas de reconstrucción del recinto sagrado de Nippur, a una escala desconocida desde los días de Ur-Nammu. Las obras culminaron con la elevación de una estela en honor de Enlil y Ninlil, «una estela como ningún rey hubiera construido jamás». Shu-Sin buscaba desesperadamente la aceptación, la confirmación de que era «el rey al cual Enlil, en su corazón, había elegido». Pero el dios Enlil no estaba allí para darle respuesta; tan solo Ninlil, la esposa de Enlil, que seguía en Nippur, escuchó las súplicas de Shu-Sin. Compasivamente, respondió «para prolongar el bienestar de Shu-Sin, para extender el tiempo de su reinado», le dio un «arma que fulmina con el resplandor, cuyo terrorífico destello alcanza el cielo».


En un texto de Shu-Sin catalogado como «Colección B» se sugiere que, en sus esfuerzos por restablecer los antiguos lazos con Nippur, Shu-Sin pudo intentar reconciliarse con los de Nippur, tales como la familia de Téraj, que habían dejado Ur tras la muerte de Ur-Nammu. El texto afirma que, después de hacer que la región donde estaba situada Jarán «temblara de pánico ante sus armas», se hizo un gesto de paz: Shu-Sin envió allí a su propia hija como prometida, presumiblemente para el jefe de la región o para su hijo. Posteriormente, su hija volvería a Sumer con un séquito de ciudadanos de la región, «estableciendo una ciudad para Enlil y Ninlil en las fronteras de Nippur». Fue la primera vez «desde los días en que se decretaban los destinos, en que un rey había establecido una ciudad para Enlil y Ninlil», afirmaba Shu-Sin. Con la ayuda probable de los repatriados de Nippur, Shu-Sin reinstauró también los altos servicios del templo en Nippur, concediéndose a sí mismo el papel y el título de Sumo Sacerdote. Sin embargo, todo esto sería en vano. En vez de una mayor seguridad, se dieron mayores peligros, y la inquietud por la lealtad de las provincias distantes dio paso a la seria preocupación por el propio territorio de Sumer. «El poderoso rey, el Rey de Ur», dicen las inscripciones de Shu-Sin, se encontró con que el «pastoreo de la tierra» de la misma Sumer se había convertido en la principal carga real. Todavía hubo un último intento por atraer a Enlil de vuelta a Sumer, para encontrar refugio bajo su égida. Parece ser que por consejo de Ninlil, Shu-Sin construyó para la divina pareja «un gran barco de recreo, adecuado para los más largos de los ríos… Lo decoró a la perfección con piedras preciosas», lo equipó con remos de la más fina madera, puntiagudas perchas y un fuerte timón, y lo dotó de todo tipo de comodidades, incluido un lecho nupcial. Después, «puso el barco de recreo en la amplia cuenca que hay frente a la Casa de Placer de Ninlil». Estos aspectos nostálgicos tocaron la fibra del corazón de Enlil, pues él se había enamorado de Ninlil, siendo ésta una joven enfermera, cuando la vio bañándose desnuda en el río; de modo que volvió a Nippur: “Cuando Enlil escuchó [todo esto] de horizonte a horizonte se apresuró de sur a norte viajó; a través de los cielos, sobre la tierra se apresuró,para gran regocijo con su amada reina, Ninlil”. Sin embargo, el sentimental viaje no fue más que un breve interludio. Se han perdido algunas líneas importantes de las tablillas, por lo que se nos ha privado de los detalles de lo que sucedió después. Pero las últimas líneas se refieren a «Ninurta, el gran guerrero de Enlil, que confundió al Intruso», al parecer, después de que se descubriera «una inscripción, una malvada inscripción» sobre una efigie en el barco, quizás con la intención de echar una maldición sobre Enlil y Ninlil. No se conocen registros que nos hablen de la reacción de Enlil a este desagradable asunto; pero todas las demás evidencias sugieren que abandonó Nippur de nuevo, pero esta vez llevándose a Ninlil con él.

Poco después, en febrero de 2031 a.C., todo Oriente Próximo se sobrecogió con un eclipse total de Luna, que veló al satélite durante la noche a lo largo de todo su curso. Los sacerdotes del oráculo de Nippur no podían apaciguar la ansiedad de Shu-Sin. Era, dijeron en su mensaje escrito, un augurio «para el rey que gobierna las cuatro regiones: su muralla será destruida, Ur quedará desolada». Rechazado por los grandes dioses de antaño, Shu-Sin se embarcó en una última acción, no se sabe si por despecho o como un último intento por ganarse el apoyo divino, al construir en el recinto sagrado de Nippur un santuario para un joven dios llamado Shara. Éste era hijo de Inanna; y como Lugalbanda, que había llevado este epíteto con anterioridad, también este nuevo Shara («Príncipe») era hijo de un rey. En la inscripción en la que se le dedicaba el templo, Shu-Sin afirmaba ser el padre del joven dios: «Al divino Shara, héroe celeste, amado hijo de Inanna: su padre Shu-Sin, el rey poderoso, rey de Ur, rey de las cuatro regiones, ha construido para él el templo Shagipada, su amado santuario; vida al rey». Era el noveno año del reinado de Shu-Sin. También fue el último. El nuevo soberano en el trono de Ur, Ibbi-Sin, no pudo detener la decadencia y la ruina. Lo único que pudo hacer fue acelerar la construcción de murallas y fortificaciones en el corazón de Sumer, alrededor de Ur y de Nippur. Pero el resto del país quedó desprotegido. En sus propios anales, de los cuales no se ha encontrado ninguno más allá del quinto año, se dice poco de las circunstancias de sus días. Se sabe mucho más por el sorprendente cese de mensajes habituales y de documentos comerciales. Así, los mensajes de lealtad, que el resto de centros urbanos subordinados debía enviar a Ur cada año, dejaron de llegar uno tras otro. Los primeros en dejar de llegar fueron los mensajes de lealtad de las regiones occidentales. Después, al tercer año, fueron las capitales de las provincias orientales. Aquel mismo año, el comercio exterior de Ur «se detuvo de forma significativamente repentina», según C J. Gadd, en History and Monuments of Ur.En la recaudación de impuestos de Drehem, cerca de Nippur, donde se tomó nota a lo largo de toda la III Dinastía de los envíos de bienes y ganado y de la recaudación de impuestos en miles de tablillas de arcilla, también se detuvo abruptamente la meticulosa anotación durante aquel tercer año. Ignorando a Nippur, cuyos grandes dioses la habían abandonado, Ibbi-Sin puso su confianza en los dioses Nannar e Inanna, proclamándose en su segundo año como Sumo Sacerdote del templo de Inanna en Uruk. Una y otra vez, Ibbi-Sin pidió guía y palabras tranquilizadoras a sus dioses. Pero todo lo que escuchaba eran oráculos de destrucción y desolación. En el cuarto año de su reinado, se le dijo que «El Hijo en el oeste se elevará. Es un augurio para Ibbi-Sin: Ur será juzgada».

En el quinto año, Ibbi-Sin se convirtió en Sumo Sacerdote de Inanna en su santuario de Ur. Pero tampoco esto le sirvió de ayuda. Aquel año, el resto de ciudades de Sumer dejó de enviar mensajes de fidelidad. También fue el último año en que aquellas ciudades entregarían los tradicionales animales para los sacrificios del templo de Nannar, en Ur. Dejaron de reconocerse la autoridad central de Ur, sus dioses y su gran templo-zigurat. Cuando dio comienzo el sexto año, los augurios «referentes a la destrucción» se hicieron más urgentes y concretos. «Cuando llegue el sexto año, los habitantes de Ur estarán atrapados», decía uno de estos augurios. La calamidad profetizada llegará, decía otro augurio, «cuando, por segunda vez, el que se llama a sí mismo Supremo, como uno cuyo pecho ha sido ungido, llegue del oeste». Aquel mismo año, como revelan los mensajes, «occidentales hostiles han entrado en la llanura» de Mesopotamia. Sin encontrar resistencia, no tardaron en «entrar en el interior del país, tomando una a una todas las grandes fortalezas». A lo único que se pudo aferrar Ibbi-Sin fue a los enclaves de Ur y de Nippur. Pero antes de que terminara aquel fatídico sexto año, se detuvieron repentinamente en Nippur las inscripciones que honraban al rey de Ur. El enemigo de Ur y de sus dioses, el «que se llama a sí mismo Supremo», había llegado al corazón de Sumer. Como los augurios habían predicho, el dios Marduk volvía a Babilonia por segunda vez. Los 24 años fatídicos, desde que Abraham dejara Jarán, desde que Shulgi fuera sustituido en el trono, desde que comenzara el exilio de Marduk entre los hititas, habían venido a converger en el Año del Juicio Final, 2024 a.C. La tablilla en la cual está inscrita la autobiografía de Marduk prosigue relatando su regreso a Babilonia después de 24 años de estancia en la Tierra de Hatti: “En la tierra de Hatti pedí un oráculo [acerca] de mi trono y mi Señorío; Allí en medio [pregunté]: «¿Hasta cuándo?» 24 años, allí en medio, anidé. Después, en aquel vigésimo cuarto año, recibió un oráculo favorable: Mis días [de exilio] terminaron; a mi ciudad [me encaminé]; para mi templo Esagila como un monte [elevar/reconstruir], para [restablecer] mi imperecedera morada. Levanté mis talones [hacia Babilonia] a través de tierras [fui] a mi ciudad su [¿futuro? ¿bienestar?] establecer, para [instalar] un rey en Babilonia en la casa de mi alianza, en el montañoso Esagil, creado por Anu en el Esagil elevar una plataforma en mi ciudad“. La deteriorada tablilla hace después una relación de ciudades a través de las cuales pasó Marduk en su camino hacia Babilonia. Los poco legibles nombres de las ciudades nos indican que la ruta de Marduk desde Asia Menor hasta Mesopotamia le llevó en un principio hacia el sur, hasta la ciudad de Hama, la bíblica Hamat; después, hacia el este, a través de Mari. Y llegó a Mesopotamia, tal como habían predicho los augurios, desde el oeste, acompañado por partidarios amoritas u «occidentales».


Su deseo, prosigue Marduk, era llevar la paz y la prosperidad al país, «alejar el mal y la mala suerte y llevar un amor maternal a la Humanidad». Pero todo se malogró: contra su ciudad, Babilonia, ya que un dios adversario «su ira ha traído». El nombre de este dios enemigo se cita al comienzo de una nueva columna del texto. Pero todo lo que ha quedado de él es la primera sílaba: «Divino NIN». Sólo podía estar refiriéndose al dios Ninurta, dios de Nippur, que conformaba una tríada de dioses junto con su padre Enlil y a su madre Ninlil. Poco se nos cuenta en esta tablilla de las acciones tomadas por este adversario, pues todos los versículos que vienen después están severamente dañados y el texto se hace ininteligible. Pero podemos extraer algunos de los hilos perdidos en la tercera tablilla de los Textos de Codorlaomor. A pesar de sus aspectos enigmáticos, aquí se nos pinta un cuadro de confusión total, en donde dioses enemigos marchan unos contra otros a la cabeza de sus tropas humanas. Los partidarios amoritas de Marduk se abalanzaban por el valle del Eufrates hacia Nippur, y Ninurta organizó las tropas elamitas para combatirles. A medida que leemos las crónicas de aquellos difíciles años, nos encontramos con que el texto babilónico, escrito por un adorador de Marduk, atribuye a las tropas elamitas, y sólo a ellas, la profanación de templos, incluidos los santuarios de Shamash e Ishtar. Pero el cronista babilónico va aún más lejos. Acusa a Ninurta de culpar falsamente a los seguidores de Marduk de la profanación delSanto de los Santos del dios Enlil en Nippur, lo cual provoca que Enlil tome partido contra Marduk y su hijo Nabu. Sucedió, dice el texto babilónico, cuando los dos ejércitos enemigos se enfrentaron en Nippur. Fue entonces cuando la ciudad santa fue saqueada, y cuando su santuario, el Ekur, fue profanado. Ninurta acusaba a los seguidores de Marduk de esta mala acción; pero no era así, ya que fue Erra, su aliado, el que lo hizo. La repentina aparición de Nergal/Erra en la crónica babilónica seguirá siendo un enigma hasta que volvamos a la Epopeya de Erra. Nergal es el dios de los muertos y el amo del infierno. Su carácter es orgulloso, impetuoso y violento. Es amante de las epidemias, las guerras y las catástrofes, y su dominio, y su placer es la muerte. Su meta es ser el más fuerte donde quiera que esté. Para consagrarse como dios de los infiernos emprende una aventura que se cuenta como leyenda. Resulta que Ereshkigal, hija del gran dios Anu, se ha erguido como soberana de un reino independiente y terrible en los infiernos. Los mismos dioses solo pueden llegar allí despojándose de sus poderes, por lo que corren el riesgo de acabar como prisioneros.

Se prepara un banquete celeste, pero Ereshkigal se ha independizado tanto de los dioses, que no va a participar en el banquete y en su lugar envía a un mensajero para que recoja allí lo que le corresponde. Nergal se niega a participar de la mesa con ese emisario y hace que Ereshkigal se enfade y reclame las disculpas del insolente Nergal. Pero Nergal, orgulloso, no se amilana y viaja a los infiernos acompañado por catorce demonios que le permiten cruzar las siete puertas hasta el mundo del infierno. Una vez ante la diosa se muestra muy cortés y divertido, tanto, que hechiza a la bella diosa y puede volver a su casa. Ereshkival luego se da cuenta de los sucedido y colérica quiere castigar al infame. Manda un emisario a Anu y le dice que quiere de vuelta a Nergal para dejarlo en el reino de los muertos, y amenaza con grandes calamidades si no se le complace. Ante el reto, Nergal acepta y vuelve con fuerza y violencia, estimulado por la situación. Si se debe quedar en los infiernos no puede ser de otro modo que de amo. Llega y coge a Ereshkival por el pelo y la lanza al suelo. La diosa pide clemencia y le promete que se casará con él si la suelta. Nergal acepta el trato y toma a la diosa entre sus brazos con ternura, se casa con ella y se convierte así en el rey de los infiernos. Más tarde Nergal se identifica con el dios de las plagas Erra. Marido satisfecho, descansando en el lecho conyugal y sumergido en una vida ociosa es incapaz de tomar decisiones, por lo que el mundo vive una paz total. Pero los dioses infernales, fieles servidores de Erra, los Sibitti,están desesperados por entrar en acción, ya que este silencio no les gusta, sus armas se oxidan por falta de acción y quieren luchas y sangre. Los Sibitti sacan a Erra del letargo y le animan a que lance el grito de guerra. Pero el amplio proyecto de sangre, elaborado entonces por Erra, no se podrá llevar a cabo si no se depone al dios Marduk protector de la ciudad. Erra trata de convencer a Marduk de que se vaya con el argumento de que él es el único que puede dar nuevamente brillo a su estatua del palacio. Pero Marduk no acepta ya que se acuerda de que la última vez que abandonó el trono sobrevino el diluvio. Erra insiste y promete que no dejará que los demonios del infierno puedan subir a la ciudad. Ante tanta insistencia, Marduk se convence y acepta. Abandona y se va a la morada de los dioses, dejando a Erra como dueño del lugar.

Inicialmente Erra cumple lo prometido, hombres y dioses disfrutan de la paz y la tranquilidad. Pero más tarde reina el salvajismo, los templos son profanados y todos los valores se pierden. Erra, para poner orden, regresa a su templo y todo vuelve a la normalidad. De lo que no hay duda es de que se cita a este dios Erra en los Textos de Codorlaomor, y de que se le acusa de la profanación del Ekur: “Erra, el inmisericorde, entró en el recinto sagrado. Se estableció en el sagrado recinto, contempló el Ekur. Abrió la boca, y dijo a sus jóvenes hombres: «¡Llevaos el botín del Ekur, llevaos las cosas valiosas, destruid sus cimientos, echad abajo el recinto del santuario!»”. Cuando Enlil, «noblemente entronizado», supo que su templo había sido destruido, que su santuario había sido profanado, y que, «en el Santo de los Santos, el velo había sido rasgado», se apresuró a volver a Nippur. «Cabalgando delante de él, había dioses vestidos de brillantez». El mismo Enlil «despedía resplandor como un relámpago», cuando bajó de los cielos. Cuando descendió al recinto sagrado «hizo temblar el lugar sagrado». Después, Enlil se dirigió a su hijo, «el príncipe Ninurta», para averiguar quién había profanado el templo. Pero, en lugar de decirle la verdad, que había sido Erra, su aliado, Ninurta apuntó su dedo acusador a Marduk y a sus seguidores. Al describir la escena, los textos babilónicos afirman que Ninurta, al encontrarse con su padre, actuaba sin el debido respeto: «sin temer por su vida, no se quitó la tiara». A Enlil, «mal le habló-no hubo justicia; se concibió la destrucción». Y así provocado, «Enlil hizo que se planeara el mal contra Babilonia». Además de las «malas acciones» contra Marduk y Babilonia, también se planeó un ataque contra Nabu y su templo Ezida en Borsippa. Pero Nabu se las ingenió para escapar en dirección oeste, a las ciudades fieles a él que había en las cercanías del Mediterráneo: “Desde Ezida Nabu, a dirigir todas sus ciudades se encaminó; hacia el Gran Mar se dirigió”. Y los versículos que siguen en el texto babilónico muestran un paralelismo directo con el relato bíblico de la destrucción de Sodoma y Gomorra: “Pero cuando el hijo de Marduk en el país de la costa estaba, El-de-el-Viento-Maligno [Erra] con calor la tierra de la llanura hizo arder”. Ciertamente, estos versículos deben haber tenido una fuente común con la descripción bíblica de la lluvia de «azufre y fuego» que «arrasó aquellas ciudades y toda la llanura». Tal como atestiguan las referencias bíblicas, como el Deuteronomio, la «maldad» de las ciudades de la Llanura del Jordán consistía en que «habían abandonado la alianza del Señor e iban y servían a otros dioses». Como sabemos ahora por el texto babilónico, las acusaciones contra ellas se basaban en que se habían pasado al bando de Marduk y de Nabu en aquel último choque entre los dioses enfrentados. Pero, mientras que el texto bíblico lo deja ahí, el texto babilónico añade otro importante detalle.


El ataque sobre las ciudades cananeas no sólo pretendía destruir los centros de apoyo a Marduk, sino que también pretendía destruir al propio Nabu, que había ido allí en busca de asilo. Sin embargo, este segundo objetivo no se alcanzó, pues Nabu se las ingenió para escapar a tiempo a una isla del Mediterráneo, donde la gente le aceptó, aunque no era su dios: “Él [Nabu] entró en el gran mar, se sentó en un trono que no era suyo [porque] el Ezida, su legítima morada, había sido arrasada”. El cuadro que nos queda, a través de los textos bíblico y babilónico, del cataclismo que asoló el Oriente Próximo en los tiempos de Abraham, está mucho más detallado en La Epopeya de Erra. Este texto asirio, recompuesto en un principio a partir de los fragmentos encontrados en la biblioteca de Assurbanipal, en Nínive, comenzó a tomar forma y significado a medida que se iban descubriendo más versiones fragmentadas en otras excavaciones arqueológicas. Por el momento, queda definitivamente establecido que el texto se inscribió en cinco tablillas. Y, a pesar de las líneas perdidas o incompletas e, incluso, del desacuerdo entre los expertos acerca de adonde pertenece cada fragmento, se han conseguido compilar dos amplias traducciones: Das Era-Epos, de P. F. Góssmann, y L’Epopea di Erra de L. Cagni. La Epopeya de Erra no sólo explica la naturaleza y las causas del conflicto que llevó a la liberación del arma definitiva contra unas ciudades habitadas y al intento de aniquilar a un dios, Nabu, del que se creía que se ocultaba allí. También deja claro que tan extremas medidas no se tomaron a la ligera. Se sabe, por otros textos, que los grandes dioses, en aquellos tiempos de aguda crisis, estaban reunidos en una continua Asamblea de Guerra, en comunicación constante con el gran dios Anu: «Anu a la Tierra las palabras hablaba, la Tierra a Anu las palabras pronunciaba». La Epopeya de Erraaporta la información de que, antes de que se utilizaran tan terribles armas, tuvo lugar un enfrentamiento más entre Nergal/Erra y Marduk, en el cual Nergal utilizó diversas amenazas para persuadir a su hermano de que dejara Babilonia y cediera en sus pretensiones de supremacía. Pero esta vez, no consiguió persuadirle; y, de regreso a la Asamblea de los Dioses, Nergal recomendó el uso de la fuerza para expulsar a Marduk. Por los textos sabemos que las discusiones fueron acaloradas y ásperas; «durante un día y una noche, sin cesar» prosiguieron. Una discusión especialmente violenta se desató entre Enki y su hijo Nergal, en la cual Enki se puso de parte de su hijo primogénito Marduk: «Ahora que el Príncipe Marduk se ha elevado, ahora que el pueblo por segunda vez ha elevado su imagen, ¿por qué Erra sigue oponiéndose?», preguntó Enki. Al final, tras perder la paciencia, Enki le gritó a Nergal que se apartara de su presencia.

Enojado, Nergal volvió a sus dominios. «Consultando consigo mismo», se decidió a soltar las terroríficas armas: «Las tierras destruiré, las convertiré en un montón de polvo; arrasaré las ciudades, las convertiré en desolación; aplanaré las montañas, haré desaparecer a los animales; agitaré los mares, lo que se mueve en ellos diezmaré; haré que se desvanezca la gente, sus almas se convertirán en vapor; nadie será perdonado…». Por un texto conocido como CT-XVI-44/46 sabemos que fue el dios Gibil, hermano de los dioses Enki, Ninhursag, Shara y Enlil, cuyos dominios en África eran adyacentes a los de Nergal, el que alertó a Marduk de los destructivos planes que tramaba aquél. Era de noche, y los grandes dioses se habían retirado para descansar. Fue entonces cuando Gibil «estas palabras dijo a Marduk» respecto a las «siete terroríficas armas que por Anu fueron creadas; La maldad de estas siete contra ti se están poniendo», le dijo a Marduk. Alarmado, Marduk le preguntó a Gibil dónde se guardaban las terribles armas. «Oh, Gibil», le dijo, «esas siete, ¿dónde nacieron, dónde se crearon?». A lo cual Gibil reveló que estaban ocultas bajo el suelo: “Esas siete, en la montaña moran, en una cavidad dentro de la tierra habitan. Desde este lugar, con resplandor saldrán, de la Tierra al Cielo, vestirán de terror”.Marduk preguntó una y otra vez dónde estaba este lugar; y todo lo que Gibil le pudo decir fue que «hasta a los dioses sabios les es desconocido». Entonces, Marduk acudió a su padre, Enki, con la temible noticia. «En la casa de su padre Enki entró». «Padre mío», le dijo Marduk, «Gibil me ha dicho esto: la llegada de las siete [armas] ha descubierto». Tras contarle a su sapientísimo padre las malas noticias, le urgió: «¡Hay que buscar su lugar, date prisa!». Los dioses no tardaron en volverse a reunir, pues ni siquiera Enki conocía el emplazamiento exacto en el que se ocultaban las armas definitivas. Pero, para su sorpresa, no todos los demás dioses quedaron tan impactados como él. Enki se pronunció con fuerza contra la idea, urgiendo a que se tomaran medidas para detener a Nergal, pues la utilización de las armas, señaló, «desolaría las tierras, a la gente haría perecer». Nannar y Utu vacilaron ante las palabras de Enki; pero Enlil y Ninurta estaban por la acción ya decidida. Y así, con la Asamblea de los Dioses sumida en el desconcierto, se le dejó la decisión a Anu. Cuando Ninurta llegó al Mundo Inferior con el mensaje de lo decidido por Anu, se encontró con que Nergal ya había ordenado cebar «las siete terroríficas armas» con sus «venenos», probablemente algún tipo de cabezas nucleares. Aunque en la Epopeya de Erra se siguen refiriendo a Ninurta por el epíteto lshum («El Abrasador»), también se cuenta con gran detalle que Ninurta le aclaró a Nergal/Erra que las armas sólo se podían utilizar contra objetivos específicamente aprobados.

Pero antes de que se utilizaran había que avisar a los dioses anunnaki que hubiese en los lugares seleccionados y a los dioses igigi,que tripulaban la plataforma espacial. Y que, por último, pero no menos importante, la humanidad tenía que ser perdonada, pues «Anu, señor de los dioses, se compadece del país». Al principio, Nergal se resistió a la idea de advertir previamente y el antiguo texto se extiende en relatar las duras palabras que se cruzaron ambos dioses. Al final, Nergal accedió a advertir con antelación a los anunnaki y a los igigi que tripulaban las instalaciones espaciales, pero no a Marduk ni a su hijo Nabu, ni a los seguidores humanos de Marduk. Entonces, Ninurta, intentando disuadir a Nergal de una aniquilación indiscriminada, utilizó una argumentación idéntica a la que, en la Biblia, se le atribuye a Abraham, cuando intentó que se perdonara a Sodoma: “Valeroso Erra, ¿Destruirías a los justos con los injustos? ¿Destruirías a los que han pecado contra ti junto con aquéllos que no han pecado contra ti?”. ¿Sería Abraham en realidad el dios anunnaki Ninurta? Los dos dioses argumentaron a favor y en contra sobre la extensión de la destrucción. Pero, más que Ninurta era Nergal el que se consumía en un odio personal: «¡Aniquilaré al hijo, y dejaré que el padre lo entierre; después, mataré al padre, y no dejaré que nadie lo entierre!», gritó. Con mucha diplomacia, indicando la injusticia de una destrucción indiscriminada, Ninurta consiguió por fin convencer a Nergal. «Escuchó las palabras pronunciadas por lshum [Ninurta]; sus palabras le atraían como aceite fino». Accediendo a dejar sólo los mares, a dejar fuera del ataque a Mesopotamia, modificó al fin sus planes. La destrucción sería selectiva y el objetivo táctico consistiría en destruir las ciudades donde pudiera ocultarse Nabu. El objetivo estratégico sería denegarle a Marduk su mayor trofeo, el aeropuerto espacial, «el lugar desde donde los Grandes ascienden»: “Enviaré un emisario de ciudad en ciudad; el hijo, semilla de su padre, no escapará; su madre dejará de reír; no habrá acceso al lugar de los dioses: el lugar desde donde los Grandes ascienden, arrasaré”. Cuando Nergal acabó de exponer sus planes de destrucción del aeropuerto espacial, Ninurta se había quedado sin palabras. Pero, como otros textos afirman, Enlil aprobó el plan cuando se le expuso para que tomara una decisión. Y, al parecer, también lo hizo Anu. Sin perder más tiempo, Nergal instó a Ninurta a ponerse en marcha: “Después, el héroe Erra se adelantó a lshum, recordando sus palabras; lshum también salió, de acuerdo con la palabra dada, con el corazón en un puño”.


Se supone que su primer objetivo era el aeropuerto espacial y su complejo de mando oculto en el «Monte Más Supremo» y las pistas de aterrizaje que se extendían en la gran llanura adyacente: “lshum se dirigió al Monte Más Supremo; las Siete Terroríficas, [armas] sin par, le siguieron por detrás. El héroe llegó al Monte Más Supremo; levantó la mano-el monte fue aplastado; la llanura junto al Monte Más Supremo arrasó después; en sus bosques, no quedó en pie ni el tallo de un árbol”. Y así, con un ataque nuclear, fue arrasado el aeropuerto espacial, aplastado el monte en el cual se ocultaban sus controles y asolada la llanura en donde estaban las pistas. Fue una hazaña de destrucción que llevó a cabo Ninurta (lshum), según atestiguan las crónicas,. Entonces, llegó el turno de Nergal/Erra, para dar salida a sus ansias de venganza. Guiándose desde la península del Sinaí hasta las ciudades cananeas por laCalzada del Rey, Erra las arrasó. Las expresiones utilizadas en la Epopeya de Erra son casi idénticas a las utilizadas en el relato bíblico de Sodoma y Gomorra: “Entonces, imitando a lshum, Erra siguió la Calzada del Rey. Acabó con las ciudades, en desolación las convirtió. A las montañas llevó el hambre, hizo perecer a los animales”. Los versículos que siguen pueden estar describiendo la formación de la nueva extensión del Mar Muerto, por la ruptura de la costa meridional, y la eliminación de toda la vida marina que había en él: “Él cavó a través del mar, lo dividió en su totalidad. Todo lo que vive en él, hasta los cocodrilos lo marchitó. Como con fuego abrasó a los animales, sus cereales convirtió en polvo”. Así pues, La Epopeya de Erra abarca los tres aspectos de un posible acontecimiento nuclear: la destrucción del aeropuerto espacial del Sinaí; la «aniquilación» de las ciudades de la llanura del Jordán; y la brecha del Mar Muerto que trajo como consecuencia su extensión por el sur. Sería de esperar que hubiera constancia de tan singular acontecimiento destructivo. Y, ciertamente, hay descripciones y recuerdos de la catástrofe nuclear en otros textos. Uno de ellos, conocido como K.5001 y publicado en Oxford Editions of Cuneiform Texts, vol. VI, resulta especialmente valioso, debido a que está en el original sumerio y, además, es un texto bilingüe en el cual el sumerio va acompañado por una traducción en acadio. Indudablemente, es uno de los textos más antiguos sobre este tema; y, por sus términos, da la impresión de que sea éste u otro original sumerio similar el que sirvió como fuente para el relato bíblico. Dirigido a un dios cuya identidad no queda clara en este fragmento, dice: “Señor, portador del Abrasador que quema al adversario; que aniquiló al país desobediente; que marchitó la vida de los seguidores de la Palabra Malvada; que hizo llover piedras y fuego sobre los adversarios”.

La acción de los dos dioses, Ninurta y Nergal, cuando los anunnaki que custodiaban el aeropuerto espacial advertidos de antemano, tuvieron que escapar «ascendiendo a la bóveda celeste», se registró en un texto babilónico en el que un rey recordaba los trascendentales acontecimientos que habían tenido lugar «en el reinado de un rey anterior». Éstas son sus palabras: “En aquel tiempo, en el reinado de un rey anterior, las cosas cambiaron. Lo bueno se fue, el sufrimiento era habitual. El Señor [de los dioses] se enfureció, concibió la ira. Él dio la orden: los dioses de aquel lugar lo abandonaron. Los dos, incitados para perpetrar el mal, hicieron que los guardianes se quedaran aparte; sus protectores subieron a la bóveda celeste“. El Texto de Codorlaomor, que identifica a los dos dioses por su epítetos como Ninurta y Nergal, lo cuenta así: “Enlil, entronizado en la nobleza, se consumía de furia. Los devastadores sugirieron el mal de nuevo; el que abrasa con fuego [Ishum/Ninurta] y el del viento maligno [Erra/Nergal] llevaron a cabo juntos su mal. Los dos hicieron huir a los dioses, les hicieron huir del abrasador“. El objetivo, de donde hicieron huir a los dioses guardianes, era el Lugar de Lanzamiento: “Lo que se elevó hacia Anu para lanzar hicieron que se marchitara; hicieron desvanecerse su superficie, su lugar desolaron“. Y así, el aeropuerto espacial, el trofeo por el cual se habían llevado a cabo tantasGuerras de los Dioses, quedó arrasado; el Monte en el que estaban alojadas las instalaciones de control fue aplastado; las plataformas de lanzamiento se desvanecieron de la faz de la Tierra; y la llanura cuyo duro suelo habían utilizado las lanzaderas como pista, fue arrasada, no quedando ni un solo árbol en pie. Ya no se volvería a ver aquel gran lugar nunca más, pero la cicatriz que se hiciera sobre la faz de la Tierra aquel terrible día aun se puede ver en nuestros días. Es una inmensa cicatriz, tan inmensa que sus rasgos sólo se pueden ver desde el cielo, pues se reveló hace pocos años, cuando los satélites comenzaron a fotografiar la Tierra. Es una cicatriz para la cual los científicos aún no han encontrado una explicación. Al norte de este enigmático rasgo de la superficie de la península del Sinaí, se extiende la llanura central del Sinaí, que son los restos de un lago de una era geológica anterior. Su suelo, duro y liso, es ideal para el aterrizaje. Desde esta gran llanura de la península del Sinaí se pueden ver, en la distancia, las montañas que la rodean y le dan su forma ovalada. Las montañas de caliza se ciernen blanquecinas sobre el horizonte, pero allá donde la gran llanura central se une con la inmensa cicatriz del Sinaí, el tono negro de la llanura crea un fuerte contraste con la blancura de los alrededores.

El negro no es un tono natural en la península del Sinaí, donde la blancura de la caliza y el tono rojizo de la arenisca se combinan en tonos que van del amarillo brillante al gris claro y el marrón oscuro, pero no el negro, que llega a la naturaleza a través del basalto. Sin embargo, aquí, en la llanura central, al noreste de la enigmática y gigantesca cicatriz, el color del suelo es negro, a causa de millones de pedazos de roca ennegrecida, esparcidas como por una mano gigante por toda la región. No se ha dado ninguna explicación para tan colosal cicatriz sobre la superficie de la península del Sinaí, desde que fuera observada desde los cielos y fotografiada por los satélites de la NASA. No se ha dado ninguna explicación para los pedazos de roca ennegrecida que se esparcen por esta zona en la llanura central. Ninguna explicación, a menos que uno lea los versículos de los textos antiguos y acepte la conclusión de que, en tiempos de Abraham, Nergal y Ninurta barrieron el aeropuerto espacial que había allí con sus armas nucleares: «Lo que se elevó hacia Anu para lanzar, hicieron que se marchitara; hicieron desvanecerse su superficie, su lugar desolaron». Bastante más al oeste, en Sumer, no se sintieron ni se vieron las explosiones nucleares ni sus brillantes resplandores. Pero lo que hicieran Nergal y Ninurta acabaría teniendo un profundo efecto en Sumer, en sus gentes y en su propia existencia. Pues, a pesar de todos los esfuerzos de Ninurta por disuadir a Nergal para que no causara daños a la humanidad, ésta se vio inmersa en un gran sufrimiento con posterioridad. Aunque no había sido su intención, la explosión nuclear provocó un gigantesco viento radiactivo que comenzó como un torbellino: “Una tormenta, el Viento Maligno, recorrió los cielos”. El torbellino radiactivo comenzó a difundirse y a moverse en dirección oeste, con los vientos predominantes del Mediterráneo. Poco después, los augurios que predecían el fin de Sumer se hicieron realidad; y el mismo Sumer se convirtió en la postrera víctima nuclear. La catástrofe que hizo caer a Sumer a finales del sexto año de reinado de Ibbi-Sin se describe en largos poemas que lloran el hundimiento de la majestuosa Ur y de los otros centros de la gran civilización sumeria. Estas lamentaciones sumerias, que nos recuerdan el bíblico Libro de las Lamentacionesen donde se llora la destrucción de Jerusalén a manos de los babilonios, llevaron a pensar a los expertos que las tradujeron que la catástrofe sumeria fue también el resultado de una invasión, en la cual se enfrentaron tropas elamitas y amoritas.


Cuando se encontraron las primeras tablillas de lamentaciones, los expertos creyeron que había sido sólo Ur la que había sufrido la destrucción. Pero, con el descubrimiento de más de estos textos, se percataron de que Ur no había sido la única ciudad afectada, ni el punto central de la catástrofe. Estas lamentaciones, no sólo eran similares a los llantos por el destino de Nippur, Uruk o Eridú, sino que, además, en algunos de los textos se ofrecían listas de las ciudades afectadas; y parecía de que el mal comenzaba por el sudoeste y se extendía en dirección nordeste, abarcando la totalidad del sur de Mesopotamia. Daba la impresión de que una catástrofe generalizada y repentina había caído sobre todas las ciudades, no en lenta sucesión, como sucedería en el caso de una progresiva invasión, sino de una vez. Expertos como Thorkild Jacobsen, en The Reign of Ibbi-Sin, llegaron a la conclusión de que los «invasores bárbaros» no habían tenido nada que ver con tan «estremecedora catástrofe», una calamidad de la que dijo que resultaba «realmente muy enigmática». «Sólo el tiempo dirá si llegaremos a saber con claridad lo que sucedió en aquellos años», escribió Jacobsen, «pues estamos convencidos de que el relato completo de lo sucedido aún está lejos de nuestro alcance». Pero se puede resolver el enigma si relacionamos la catástrofe de Mesopotamia con la explosión nuclear del Sinaí. Los textos, excepcionales por su longitud y, en muchos casos, también por su excelente estado de conservación, suelen comenzar con un lamento por el abandono repentino de todos los recintos sagrados de Sumer por parte de los distintos dioses y sus templos «abandonados al viento». Después, se describe la desolación provocada por la catástrofe con versos como éstos: “Llevando la desolación a las ciudades, [llevando] la desolación a las casas; llevando la desolación a los corrales, el vacío a los rediles; ya no hay bueyes en los corrales de Sumer, las ovejas ya no holgan en sus rediles; sus ríos corren con aguas amargas, en sus campos de cultivo crecen las malas hierbas, en sus estepas crecen plantas que se marchitan”. En ciudades y aldeas, «la madre no cuida ya de sus hijos, el padre no dice ya ‘Oh, esposa mía’, los pequeños ya no crecen con las rodillas fuertes, ni las niñeras cantan sus nanas, la realeza se ha arrebatado de la tierra». Antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial, antes de que Hiroshima y Nagasaki fueran aniquiladas con armas atómicas llovidas del cielo, se podía leer aún el relato bíblico de Sodoma y Gomorra y aceptar la tradicional lluvia de «azufre y fuego» por falta de una explicación mejor.

Para los expertos que aún no se habían enfrentado a lo terrorífico de las armas nucleares, los textos sumerios de lamentaciones les hablaban de la «Destrucción de Ur» o la «Destrucción de Sumer». Pero no es eso lo que describen estos textos. En realidad describen una desolación,no una destrucción. Las ciudades seguían allí, pero sin gente; los corrales estaban allí, pero sin animales; los rediles seguían existiendo, pero vacíos; los ríos corrían, pero sus aguas se habían hecho amargas; los campos aún se extendían, pero sólo crecían en ellos las malas hierbas; y en las estepas brotaban las plantas, pero sólo para marchitarse. Invasión, guerra, asesinato; todos estos males eran bien conocidos para la humanidad de entonces. Pero, tal como especifican los textos de lamentación, esto fue algo único, algo que nunca antes se había experimentado: “Sobre el País [Sumer] cayó una calamidad, desconocida para el hombre: una calamidad que nunca antes se había visto, que no se podía resistir“. La muerte no fue a manos del enemigo, ya que era una muerte invisible, «que recorre la calle, que queda suelta en el camino; se yergue junto a un hombre, y sin embargo nadie puede verla; cuando entra en una casa, nadie se entera». No había defensa contra este «mal que ha arremetido contra el país como un fantasma. La muralla más alta, los muros más gruesos, atraviesa como una inundación; no hay puerta que pueda impedirle el paso, ni cerrojo que le haga dar la vuelta; a través de la puerta, como una serpiente se desliza; a través de las bisagras, como el viento entra». Los que se ocultaron tras las puertas, fueron derribados dentro; los que subieron corriendo a los tejados, murieron en los tejados; los que huyeron a las calles, fueron alcanzados en las calles: “La tos y la flema debilitaban el pecho, la boca se llenaba de saliva y espuma, se quedaban mudos y aturdidos, una maligna parálisis, una maldición, un dolor de cabeza, sus espíritus abandonaban sus cuerpos“. Y la muerte era espantosa: “La gente, aterrorizada, difícilmente podía respirar; el Viento Maligno los atenazaba, no les concedía otro día. Las bocas se anegaban en sangre, las cabezas se revolcaban en sangre. El rostro palidecía con el Viento Maligno“. El origen de esta muerte invisible era una nube que apareció en los cielos de Sumer y «cubrió el país como con un manto, extendiéndose sobre él como una sábana». Con tonos marrones, durante el día, «al sol en el horizonte lo cubría de oscuridad». Por la noche, luminosa en sus bordes «con un estremecedor resplandor cubría la tierra», tapaba la Luna: «de la Luna extinguía su salida». La nube mortal «envuelta en terror, sembrando el miedo en todas partes», se trasladó de oeste a este hasta llegar a Sumer, empujada por, «un gran viento que se acelera en las alturas, un viento maligno que asola el país».

Sin embargo, no era un fenómeno natural. Era «una gran tormenta enviada por Anu, que había llegado desde el corazón de Enlil». El producto de las siete terroríficas armas, «en un único desove se engendró. Como el amargo veneno de los dioses en el oeste se engendró». El Viento Maligno, «llevando la penumbra de ciudad en ciudad, transportando densas nubes que traían la penumbra desde el cielo», era el resultado de un «luminoso resplandor»: «Desde en medio de las montañas había descendido sobre la tierra, desde la Llanura de No Compasión había llegado». Aunque la gente estaba desconcertada, los dioses conocían las causas del Viento Maligno: “Un estallido maligno anunciaba la siniestra tormenta, un estallido maligno era el precursor, de la siniestra tormenta; poderosa descendencia, hijos valientes eran los heraldos de la peste”. Los dos hijos valientes, Ninurta y Nergal, soltaron «en un único desove» las siete armas mortales creadas por Anu, «desarraigándolo todo, arrasándolo todo» en el lugar de la explosión. Las antiguas descripciones son tan precisas como las descripciones modernas de los testigos presenciales de una explosión atómica. Tan pronto como las «terroríficas armas» fueron lanzadas desde los cielos, hubo un inmenso resplandor: «esparcieron impresionantes rayos hacia los cuatro puntos de la tierra, abrasándolo todo como el fuego», dice en un texto. En otro, una lamentación sobre Nippur, se recuerda «la tormenta, en el destello de un relámpago creada». Después, se elevó en el cielo un hongo atómico, «una nube densa que trae la oscuridad», seguido de «fuertes ráfagas de viento, una tempestad que abrasa furiosamente los cielos». Más tarde, los vientos predominantes, soplando de oeste a este, se pusieron a difundir el mal en Mesopotamia: «las densas nubes que traen la penumbra del cielo, que llevan la penumbra de ciudad en ciudad». Y no uno, sino varios textos atestiguan que el Viento Maligno, que llevaba la nube de la muerte, fue generado por unas gigantescas explosiones: “En aquel día cuando el cielo fue aplastado y la Tierra fue herida, su faz asolada por el remolino, cuando los cielos se oscurecieron y cubrieron como con una sombra”. Los textos de lamentación identifican el lugar de las terribles explosiones «en el oeste», cerca del «seno del mar» -una gráfica descripción de la curva costa del Mediterráneo en la península del Sinaí, desde una llanura «en medio de las montañas», una llanura que se convirtió en un «Lugar de no Compasión». Era un lugar que había servido antes como el lugar desde el cual los dioses ascendían hasta Anu. Además, también se hablaba de un monte en muchas de estas indicaciones de lugar. En La Epopeya de Erra, el monte cercano al «lugar desde el cual los Grandes ascienden» recibía el nombre de «el Monte Más Supremo». En una de las lamentaciones se le llamaba el «Monte de los Túneles Ululantes». Este último epíteto nos recuerda las descripciones que aparecen en los Textos de la Pirámide acerca del monte con empinados túneles y pasadizos subterráneos al cual iban los faraones egipcios en busca de la otra vida. En Escalera al Cielo, Sitchin lo identifica con el monte al cual llegó Gilgamesh en su viaje al Lugar de las Naves Voladoras, en la península del Sinaí.


Partiendo desde este monte, un texto de lamentación afirma que la mortífera nube de la explosión fue transportada por los vientos hacia el este «hasta la frontera de Anshan», en los Montes Zagros, afectando a todo Sumer, desde Eridú, en el sur, hasta Babilonia, en el norte. La muerte invisible se movió lentamente sobre Sumer, durando su paso unas 24 horas, un día y una noche que se recordarían en los lamentos, como en éste de Nippur: «En aquel día, en aquel único día; en aquella noche, en aquella única noche la tormenta, en un destello de relámpago creada, al pueblo de Nippur dejó postrado». El Lamento de Uruk describe la confusión sembrada tanto entre los dioses como entre el pueblo. Diciendo que Anu y Enlil anularon a Enki y a Ninki cuando «determinaron el consenso» para el empleo de las armas nucleares, el texto afirma después que ninguno de los dioses había previsto tan terribles consecuencias: «Los grandes dioses empalidecieron ante su inmensidad» cuando presenciaron los «rayos gigantes» de la explosión «alcanzar el cielo [y] la tierra temblar en su centro». Cuando el Viento Maligno comenzó a «esparcirse por las montañas como una red», los dioses de Sumer emprendieron la huida a sus amadas ciudades. En el texto conocido comoLamentación Sobre la Destrucción de Ur se hace una relación de todos los grandes dioses y de algunos de sus más importantes hijos e hijas que «abandonaron al viento» las ciudades y los grandes templos de Sumer. Y el texto llamado Lamentación Sobre la Destrucción de Sumer yUr añade detalles dramáticos a esta huida precipitada. Así, «Ninharsag lloraba con amargas lágrimas» cuando huyó de Isin; Nanshe gritaba, «Oh, mi devastada ciudad» cuando «el lugar en donde moraba cayó en la desgracia». Inanna salió apresuradamente de Uruk, navegando en dirección a África en un «barco sumergible», lamentándose de haber dejado atrás sus joyas y otras posesiones. En su propia lamentación por Uruk, Inanna/Ishtar lloraba la desolación de su ciudad y su templo, debido al Viento Maligno «que en un instante, en un abrir y cerrar de ojos se había creado en el medio de las montañas», y contra el cual no había defensa alguna. Una sobrecogedora descripción del miedo y la confusión reinante, tanto entre dioses como entre hombres, ante la inminencia del Viento Maligno, se da en El Lamento de Uruk, que fue escrito años después, cuando llegó el tiempo de la Restauración. Cuando los «leales ciudadanos de Uruk cayeron presa del terror», las deidades residentes de Uruk, a cuyo cargo estaba la administración y el bienestar de la ciudad, hicieron sonar la alarma. «¡Levantaos!», llamaron a la gente en mitad de la noche; huid,«¡ocultaos en la estepa!», les dijeron. E, inmediatamente, los mismos dioses, «las deidades huyeron y tomaron senderos desconocidos». Y el texto afirma con pesimismo: “Así, todos sus dioses evacuaron Uruk; se mantuvieron lejos de ella; se ocultaron en las montañas, escaparon a las distantes llanuras”.

En Uruk, el pueblo fue abandonado al caos, sin dirección ni ayuda. «El pánico se apoderó de la muchedumbre en Uruk, su sentido común se distorsionó». Entraron en los santuarios rompiéndolo todo, mientras se preguntaban: «¿Por qué parece tan lejano el benévolo ojo de los dioses? ¿Quién ha provocado todo este pesar y lamento?». Pero sus preguntas quedaron sin respuesta; y, cuando la Tormenta Maligna pasó, «el pueblo fue amontonado en pilas y el silencio cayó sobre Uruk como un manto». Por El Lamento de Eridú sabemos que la diosa Ninki huyó de su ciudad hasta un puerto seguro de África: «Ninki, su gran dama, volando como un ave, dejó su ciudad». Pero Enki se alejó de Eridú sólo lo suficiente como para apartarse del camino del Viento Maligno, pero lo suficientemente cerca como para ver su destino: «Su señor permaneció fuera de la ciudad. El Padre Enki permaneció fuera de la ciudad, por el destino de su herida ciudad lloró amargas lágrimas». Muchos de sus leales súbditos le siguieron, acampando en las cercanías. Durante un día y una noche observaron a la tormenta «poner su mano» sobre Eridú. Después de que «la tormenta portadora de mal saliera de la ciudad, barriendo los campos», Enki entró en Eridú. Se encontró con una ciudad «cubierta con el silencio, sus habitantes yacían amontonados». Aquéllos que se salvaron le dirigieron un lamento: «¡Oh, Enki», lloraban, «tu ciudad ha sido maldecida, ha sido convertida en un territorio extraño!», y sollozaban preguntándose adonde ir y qué hacer. Pero, aunque el Viento Maligno había pasado, el lugar seguía siendo inseguro, y Enki «se quedó fuera de la ciudad, como si fuera una ciudad extraña». Más tarde, «abandonando la casa de Eridú», Enki llevó a «aquéllos que habían salido de Eridú» al desierto, «hacia una tierra hostil». Allí utilizó sus conocimientos científicos para hacer comestible el «árbol desagradable». Desde el extremo norte de la amplia extensión del Viento Maligno, desde Babilonia, Marduk, preocupado, le envió a su padre Enki un mensaje urgente, ante la inminencia de la llegada de la nube de la muerte a su ciudad: «¿Qué debo hacer?», preguntaba. El consejo de Enki, que más tarde Marduk transmitiría a sus seguidores, fue que aquéllos que pudieran abandonar la ciudad, que lo hicieran, pero que fueran sólo hacia el norte. Y, en la misma línea del consejo que le dieran los dos emisarios a Lot, a la gente que huía de Babilonia se le aconsejó «no volverse ni mirar atrás». También se les dijo que no llevaran consigo alimentos ni bebida, pues estos podrían haber sido «tocados por el fantasma». Si no era posible la huida, Enki aconsejaba ocultarse bajo tierra: «Métete en una cámara bajo la tierra, en la oscuridad», hasta que el Viento Maligno haya pasado.


El lento avance de la tormenta casi le cuesta caro a algunos de los dioses. En Lagash, «madre Bau sollozaba amargamente por su templo sagrado, por su ciudad». Aunque Ninurta se había ido, a su esposa le costaba dejar la ciudad. «Oh, mi ciudad. Oh, mi ciudad», seguía llorando, mientras se quedaba atrás. La demora casi le cuesta la vida: “En aquel día, la dama-la tormenta la alcanzó; Bau, como si fuera una mortal la tormenta la alcanzó“. En Ur, sabemos por las lamentaciones, una de ellas compuesta por la misma Ningal, que Nannar y Ningal se negaban a creer que el fin de Ur era irrevocable. Nannar le dirigió una larga y emocionada súplica a su padre Enlil, en busca de soluciones para evitar la calamidad. Pero «Enlil le respondió a su hijo Sin» que no se podía cambiar el destino: “A Ur se le concedió la realeza-no se le concedió un reinado eterno. Desde la antigüedad, cuando se fundó Sumer, hasta el presente, cuando el pueblo se ha multiplicado-¿Quién ha visto nunca una realeza que reine eternamente?“. Mientras aquella súplica se pronunciaba, recuerda Ningal en su largo poema, «la tormenta seguía avanzando, con su maligno ulular sometiéndolo todo». Era de día cuando el Viento Maligno llegó hasta Ur; «aunque de aquel día aún tiemblo», escribió Ningal, «del fétido olor de aquel día no huimos». Cuando llegó la noche, «un amargo lamento se elevó» en Ur. Sin embargo, el dios y la diosa se quedaron; «del horror de aquella noche no huimos», afirmaba la diosa. Después, la aflicción llegaría al gran zigurat de Ur, y Ningal se daría cuenta de que Nannar «se había visto sorprendido por la tormenta maligna». Ningal y Nannar pasaron una noche de pesadilla, una noche que Ningal juraría no olvidar nunca. Pasaron la noche en la «casa termita» (cámara subterránea) dentro del zigurat. Fue al día siguiente, cuando «la tormenta se había ido de la ciudad», que «Ningal, con el fin de salir de su ciudad se puso precipitadamente un vestido», y junto con el afectado Nannar salieron de la ciudad que tanto amaban. Mientras partían, vieron la muerte y la desolación: «la gente, como fragmentos de cerámica, llenaba las calles de la ciudad; en sus nobles puertas, allí donde iban a pasear, había cadáveres por todas partes; en sus bulevares, donde se celebraban las fiestas, yacían esparcidos; en sus plazas, donde tenían lugar las festividades de la tierra, la gente yacía amontonada». Los muertos no eran enterrados: «los cadáveres, como manteca bajo el sol, se derretían por sí mismos».

Después, Ningal elevaría su gran lamentación por Ur, la que fuera majestuosa ciudad, capital de Sumer, capital de un imperio: “Oh, casa de Sin en Ur, amarga es tu desolación. ¡Oh, Ningal, cuya tierra ha perecido, haz tu corazón como agua! La ciudad se ha convertido en una ciudad extraña, ¿cómo se puede existir ahora? La casa se ha convertido en casa de lágrimas, hace mi corazón como agua. Ur y sus templos han sido entregados al viento”. Todo el sur de Mesopotamia había quedado postrado; el suelo y las aguas envenenados por el Viento Maligno: «En las riberas del Tigris y el Eufrates, sólo crecían plantas enfermizas. En los pantanos crecían juncos enfermizos que se pudrían en el hedor. En los huertos y en los jardines no había brotes nuevos, y pronto quedaron yermos. Los campos cultivados ya no se araban, ni semillas se plantaban en el suelo, ni canciones resonaban en los campos». En el campo, los animales también se vieron afectados: «En la estepa, quedó poco ganado grande y pequeño, todas las criaturas vivas llegaron a su fin». Los animales domesticados, también, fueron aniquilados: «Los rediles se han entregado al viento. El ronroneo del giro de la mantequera ya no resuena en el redil. Los corrales ya no dan manteca ni queso. Ninurta ha dejado a Sumer sin leche».«La tormenta aplastó la tierra, lo barrió todo; rugía como un gran viento sobre la tierra, nadie podía escapar; asolando las ciudades, asolando las casas. Nadie recorre las calzadas, nadie busca los caminos». La desolación de Sumer era completa. Y todo ello había ocurrido en tiempos de Abraham, aunque desconocemos si las consecuencias de estas explosiones nucleares le afectaron.


Fuentes:
Erich von Daniken – El retorno de los Dioses
Zecharia Sitchin – La guerra de los dioses y los hombres
Zecharia Sitchin – El código cósmico
Zecharia Sitchin – La escalera al cielo
Zecharia Sitchin – Los reinos perdidos
Simón Dubnow – Manual de la historia judía: desde los orígenes hasta nuestros días

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